Entrevista a Jaime Bateman Cayón
realizada los días 18 y 19 de abril de 1980
realizada los días 18 y 19 de abril de 1980
por Germán Castro Caycedo (1)
En estos momentos a la organización, al M –19, no le
asusta que doscientos compañeros nuestros estén presos. Nosotros creemos que
ése es el precio que se paga en la lucha por la libertad.
Mire: lo de la
Embajada ha llegado mucho más allá. Mucho más. Por eso en este mismo momento ya
no nos interesan los presos políticos —y parece un poco duro decirlo— porque
ellos ya saben qué suerte van a correr. El asunto, en este momento, son sesenta
y ocho mil presos que según el Ministro de Justicia están en las cárceles del
país. Vaya allá y averigüe por qué está encerrada toda esa gente. Pregunte por
qué la gente tiene que robar. Averigüe en los barrios populares por qué a las
ocho de la mañana tienen que salir con un cuchillo a conseguir el desayuno.
Vaya y me cuenta qué le responden... Ese es el problema central
Entonces, ¿qué es ir más allá de la
liberación de presos?
Ya le dije que lo de la Embajada planteó un problema
central muy claro, y es que en Colombia
no hay democracia. Que el estado de sitio nos está asfixiando desde hace
treinta años. Y creemos que mientras el país continúe así se van a profundizar los
problemas, porque el pueblo no puede continuar amarrado. No es posible. Los
canales democráticos están cerrados... Ahora, resuelto el problema central que
ha planteado la toma de la Embajada ante Colombia y el mundo, hay ya un buen
punto de partida para resolver muchos problemas. Ahora, que los compañeros
salgan en libertad, eso sería lo ideal para nosotros. Pero si no salen —como no
van a salir— ese es un grupo de cuadros muy cualificados que saben manejar muy
bien esa situación... Yo le digo otra cosa: hasta hoy nos han detenido a
decenas de militantes y a pesar de eso, el
M‑19 no está destruido. Y ¿sabe
por qué? Porque esto se reproduce. Y se reproduce porque el pueblo está con
nosotros
Ahora no estoy en muchas condiciones de exigir, pero le voy a decir una cosa:
eso me suena a demagogia.
Pues sí, porque eso es lo que siempre han dicho los
políticos. Pero el problema es quién lleva las cosas a la práctica. Nosotros en
cambio lo estamos demostrando, lo estamos practicando. Esa es la diferencia;
nosotros hablamos de democracia; los gamonales hablan de democracia. Nosotros
hablamos de paz; los gamonales hablan de paz... Pero, en la práctica. ¿quién se
juega la vida por lo que está pensando? Le voy a decir otra cosa: cuando
nosotros hablamos de un proyecto democrático, estamos hablando en serio. Y
cuando decimos que vamos a respetar la vida de la gente, y vamos a respetar los
intereses de la gente, la propiedad de la gente, lo estamos diciendo en serio.
Pero, nosotros, la propiedad de los grandes monopolios no la vamos a respetar.
Sencillamente porque eso es anti‑democrático.
Bateman es un costeño casi tan
alto como la puerta. Lleva parte del “afro” embutido en una gorra negra de
beisbolista, que tiene engarzado al frente un escudo de Colombia. Le pregunto a
uno de los dos guerrilleros armados que lo acompañan sin abrir la boca y me
explica que nadie más en su organización lleva el escudo. “Era de la gorra de
un oficial del Ejército”.
Había entrado en esa pieza una media hora antes. Me encontré con Bateman frente a frente y luego de preguntarme cómo me había ido en el “viaje”, explicó:
Yo soy el Comandante General del M‑19.
Había entrado en esa pieza una media hora antes. Me encontré con Bateman frente a frente y luego de preguntarme cómo me había ido en el “viaje”, explicó:
Yo soy el Comandante General del M‑19.
Y entonces ¿Toledo Plata?, le respondí.
Yo tengo un grado superior a Toledo Plata. Soy el
Comandante.
Entonces, ¿por qué se le ha hecho tanta publicidad a Toledo?
Porque él es una figura política. El es una figura
conocida y su personalidad ayuda mucho a que se destaque dentro de la
organización. Toledo Plata ha sido un hombre entregado desde hace muchos años a
la lucha revolucionaria. Y es una de las personas que más cuidamos.
¿Cuánto tiempo me van a tener aquí?
Unas treinta y seis horas. Hago una concesión porque
usted es periodista... Yo nunca permanezco más de veinticuatro horas en un mismo sitio. ¿Sabe una cosa? El Ejército
tiene una brigada de cien hombres solamente para buscarme a mí. Y tienen un
doble mío. Yo lo sé.
¿Cómo organizaron lo de la Embajada?
Yo creo que la idea de esa operación surgió cuando la
organización fue duramente golpeada. Cuando la toma de las armas al Cantón,
mucha gente creyó que había llegado el final de este país, pero al poco tiempo
nos dimos cuenta de que el país reaccionaba. Se realizó el foro de los derechos
humanos. Entonces nos dimos cuenta que el país tenía fuerzas potenciales muy
grandes y que había que moverlas, que había que organizarlas.
El foro de los
derechos humanos nos hizo dar cuenta que la democracia no estaba perdida en
este país. Que sí había posibilidades de salvarla. Y entonces desde ese momento
empezamos a pensar no sólo en nuestros presos sino en que había que hacer una
denuncia mundial para que la gente supiera que aquí, en un país con una
democracia formal, con una gran democracia, se estaba cocinando la dictadura
más feroz de América Latina. En ese momento estábamos luchando contra el poder
de la mentira. Cuando decíamos “hay torturas”, la gran prensa decía “no hay
torturas”. Contra esa mentira, la lucha es muy desigual. Entonces dijimos, “hay
que poner sobre el tapete quién es el mentiroso”. Pero eso no lo podíamos hacer
sacando un comunicado. Usted que es periodista sabe qué pasa con las
organizaciones armadas cuando no están respaldadas en hechos como el de la
Embajada. O si no, yo le pregunto, ¿usted qué hace con los comunicados de las
organizaciones armadas cuando le llegan a su periódico? Qué hace..
Volvamos a lo de la Embajada.
Estamos en eso: partiendo desde los puntos de vista
que le expliqué, escogimos la consigna: “democracia y libertad”, porque ese es
el programa nuestro. Así, sin vericuetos. Logrado eso,
incluso el M‑19 puede desaparecer... Entonces empezamos a
organizar los comandos, en condiciones de represión muy fuertes. Eran unos
comandos que debían tener una preparación muy especial. Aunque ninguno es James
Bond. Ahí no hay James Bond. Y esto se lo digo con claridad, porque estas
operaciones las puede hacer cualquier colombiano que crea en la democracia.
Estas no son operaciones superespeciales. Otra cosa es que aquí haya gente que
quiera dar la impresión de que eso solamente lo pueden hacer unos hombres de
allá, del exterior. No. Los de la Embajada son hombres y mujeres de carne y
hueso, que sufren, que aman, que lloran y que tienen familia, que tienen
hijos... Lo demás, lo que ha sucedido luego, lo saben más ustedes periodistas
que nosotros que estamos totalmente desconectados de la Embajada.
Se habla de que ustedes tuvieron un contacto
dentro de la Embajada para organizar la toma...
Sí. Eso es así. Pero antes de contarle cómo fue, le
voy a decir nuevamente: lo de la Embajada comenzó por una necesidad fundamentalmente
política, antes que pensar en sacar presos o conseguir dinero. Nosotros
teníamos dos posibilidades: una, la toma de la Embajada de República Dominicana
el 27 de febrero, o la toma de la Embajada del Japón para el 21 de abril.
Escogimos el 27 porque consideramos que por su ubicación, por el momento
político y por necesidades ya de orden interno de la organización, era
preferible hacerla ese día.
¿Y qué pasó con el informante?
Realmente hay un informante. Y un informante que es
una persona de mucha importancia.
¿Alguien del cuerpo diplomático?
No. Realmente no, pero sí es una persona muy
importante con la cual siempre estaremos agradecidos, pues supo darle la
importancia que tenía la acción.
¿Informante, en qué sentido?
En el sentido de darnos los datos que necesitábamos para poder penetrar en la Embajada. Decirnos quiénes iban a esa fiesta. Decirnos el momento en que debía entrar el comando.
¿El informante es del nivel de aquel muchacho
Tito Livio de que habló la prensa?
No. En absoluto. Es una persona totalmente ajena a la
Embajada. Nosotros sabíamos las cosas, pero a alto nivel.
¿Quién era el muchacho que murió en la toma?
Él venía de medios bastante populares, como la mayoría
de nuestra oficialidad... Los compañeros no estaban enterados de la acción que
se iba a ejecutar. En las semanas anteriores los comandos, por separado, hacían
ejercicios, tomaban forma atlética, un estado sicológico de acuerdo con el
trabajo que iban a ejecutar. Las prácticas de orden interno fueron intensas.
¿Qué es orden interno...?
Tiene como fin el ordenamiento y cumplimiento
inmediato de cualquier orden y es necesario mecanizar muchas cosas,
especialmente el oído. ¿Por qué? Porque en un momento dado la orden tiene que
ser impartida inmediatamente y ejecutada sin vacilación alguna... El día 26 por
la tarde fueron concentrados todos los grupos. Era la primera vez que se veían
entre sí. En esa reunión se les dijo por primera vez en qué consistía el plan.
Quedó claro que después de la reunión el plan era ése y no otro. Para evaluar
al personal se le pedía la opinión a cada uno y se dejó en claro que su
participación sería voluntaria. Nadie se echó atrás. Las manifestaciones fueron
de júbilo. Luego, uno por uno de ellos habló. Estaban orgullosos de haber sido
escogidos para ese operativo. Pero —y le
digo que es verdad— la intervención que
más nos emocionó a todos fue la de él, la del compañero “Camilo”.
¿Usted recuerda palabras textuales?
Sí. Él dijo: “Para mí, participar en una acción en la
cual podrá obtenerse la liberación de los presos políticos, donde podrá
desenmascararse este régimen del cual yo he sido una víctima a través de mi
familia, de las condiciones de mi familia, es un honor. No sólo participar,
sino morir, así sea antes de entrar. Eso será una gloria para mí”.
¿Cuántos años cumple pasado mañana el M‑19?
Se especula que nació en 1970. No es cierto. El M‑19 fue un proceso muy rápido de
organización de personas que confluyeron en una misma idea. Personas que venían
cansadas de luchas estériles dentro de la izquierda. Cansadas de ideologías, de
botar corriente sobre lo que pasó o sobre lo que no pasó en otros países, pero
sin preocuparse mucho por lo que sucede en Colombia. Inicialmente nuestro
proyecto era sencillo: lograr la unidad de los grupos revolucionarios del país.
Una preocupación común... Se encontraron sectores que venían del ELN, del EPL,
de las FARC, de la ANAPO.
¿Quiénes fueron los fundadores?
Son bastantes personas, un número grande, pero los más
destacados son Andrés Almarales, Iván Marino Ospina, Carlos Toledo Plata...
¿Dónde arranca el M‑19?
Prácticamente en el año setenta y tres... Ya en el año
74, por la asociación que hubo con personas como Andrés Almarales o Carlos
Toledo Plata, se produjo un engarce bastante positivo, porque ya el problema no
era de armas ni de dinero, ni de organización. Era de masas. Eso lo resolvimos
interpretando un sentimiento al interior de la
ANAPO .
¿Cómo comenzaron financieramente?
Nuestro concepto era que nosotros teníamos que hacer
una organización que resolviera los problemas que la izquierda no había podido
resolver a nivel militar. Pensábamos que la política en Colombia había que
hacerla no sólo con movilización de masas, con concientización de masas, sino
armando a las masas, como un derecho elemental frente a lo que había sido un
gran fraude electoral... Nosotros nos financiamos quitándole el dinero a los
grandes oligarcas de este país. Inicialmente necesitábamos poco dinero. Ese
período del 73 lo resolvimos con dos, tres bancos. El año 73 fue cuando nos
organizamos, nos armamos y comenzamos un
trabajo muy intenso hacia el interior de la
ANAPO . Pese a que había gente de izquierda, fueron bases muy populares.
En el año 74 no hicimos acciones de envergadura.
Cuando el M‑19 se lanzó a apoyar
la candidatura de María Eugenia, pese a lo que digan, era una organización muy
pobre económicamente. El presupuesto para ese año no fueron más de cien mil
pesos... La campaña de lanzamiento de la organización a través de la prensa no
nos costó más de 60 mil pesos. En cambio nos reportó una gran expectativa.
¿Cuándo se volvieron ricos?
Nosotros nos volvimos ricos realmente con la detención
de Cooper, el gerente de Sears. ¿Cómo se llamaba Cooper?, le pregunta a uno de los dos hombres armados que están a
su lado. Estos piensan y por fin uno da en el clavo: ¡Donald Cooper! Luego
continúa:
Fue la primera
vez que la organización tuvo un presupuesto bastante alto: más de un millón de
dólares. Eso hizo que las arcas estuvieran repletas para desarrollar el
presupuesto político con mayor profundidad
¿Esos dineros se invirtieron en empresas, en
autos, en casas...?
Bueno, fundamentalmente se dedicaron a la actividad
política. A los gastos que significaba desarrollar en la ANAPO esa concepción. Seminarios,
periódicos, viajes, manifestaciones. Nosotros aportamos bastante a la ANAPO en cuanto a su movilización y
organización. No le puedo decir ahora cuánto dinero, pero fue bastante. Lo otro
era la infraestructura del M‑19.
Mire una cosa: el M‑19 nunca fue
una organización de la ANAPO, sino
algo independiente de la dirección de ANAPO.
Pero era anapista. Compartíamos los principios de la ANAPO...
¿Luego de lo de Cooper, fueron creciendo esos
fondos?
Bueno, eso nunca fue una situación pareja. Usted sabe
que un millón de dólares es mucha plata. Tal vez es el secuestro más grande que
se ha hecho en Colombia, y el dinero nos alcanzó por mucho tiempo. Yo creo que
todavía tenemos dinero de eso. Todavía quedan retazos de esa plata.
Me llamó mucho la atención, la cantidad de
carros, la cantidad de bienes raíces que cayeron en poder del Ejército a partir
de enero de 1979. ¿Usted en cuánto calcula, digamos, esas “pérdidas”?
Se ha exagerado mucho. Fue que cayeron cárceles que no
eran nuestras, cayeron carros que no eran nuestros. En esa locura persecutoria
del Ejército cayó mucha gente que ni siquiera nosotros conocemos. También el
Ejército ha montado una infraestructura completa, casi que una novela, sobre lo
que era el M‑19. Nosotros
respondemos realmente por cuatro cárceles del pueblo: dos en Bogotá, una en
Cali y una en el Caquetá.
Báteman miró su reloj. Eran las tres de la mañana del
18 de abril de 1980. El segundo de sus acompañantes era un rubio de pelo crespo
de frente muy amplia. Su nariz era parecida a un cortalatas y hacía juego con
la caja de dientes, desde luego más grande que la boca. Desde las primeras
horas de esa noche yo había conocido parte de la casa: un baño al cual podía ir
solamente luego de dar aviso. Entonces uno de los acompañantes de Báteman se
ponía de pies, salía primero y yo sentía que alguien caminaba y cerraba otra
puerta. Al otro lado un comedor casi tan desnudo como la salita donde
hablábamos: una mesa y cuatro sillas ordinarias. Dos cajas de cartón en una
esquina. Otra cortina de tela gruesa y otra puerta. Afuera debía haber otra
casa en la que se escuchaba permanentemente un aparato de radio. Cuando venían
con la comida se escuchaba funcionar esa puerta. Detrás de ella un perro
pequeño ladró buena parte del tiempo.
Diez minutos después de las tres, dijeron que había
algunas horas para dormir. Salimos al pasillo y entramos a una pieza muy
pequeña que había frente al comedor. En el suelo acomodaron tres talegos de
dormir. “El del centro es el suyo”, dijo Báteman que había tomado la
ametralladora que permaneció recostada en una esquina de la salita durante la
charla. Volvió a salir y apareció con dos pistolas, dos cajas de balas, dos
granadas grandes y dos pequeñas: “éstas se llaman guayabitas y las más grandes
son las M‑26”, dijo. Colocó todo a
los lados del talego, acaso calculando que quedaran muy cerca de sus manos, se
quitó los zapatos y se metió dentro. Antes de cerrar la cremallera (del
talego), revisó las armas:
Este es el FAL 5.56, me explicó. Es un arma muy bella. Dispara treinta tiros calibre 22. El calibre 22 no es muy grande ¿sabe? Pero la concepción moderna de la guerra lo ha hecho imponerse. Mire esta bala, agregó, alcanzándome una. ¿Sabe por qué son tan delgadas? Salen con mucha velocidad y generalmente no pasan de herir. Pero hoy en la guerra se le hace más daño al enemigo, hiriéndole la gente que matándosela. Imagínese para un país qué es mayor problema en una guerra: ¿mil heridos? o mil muertos. Yo creo que mil heridos es un lío del carajo... Este FAL lo sacamos del Cantón en diciembre de 1978... Tiene muchas ventajas, por ejemplo su peso: dos kilos solamente. Uno lo puede llevar a todo lado. Es bueno para cualquier topografía.
Este es el FAL 5.56, me explicó. Es un arma muy bella. Dispara treinta tiros calibre 22. El calibre 22 no es muy grande ¿sabe? Pero la concepción moderna de la guerra lo ha hecho imponerse. Mire esta bala, agregó, alcanzándome una. ¿Sabe por qué son tan delgadas? Salen con mucha velocidad y generalmente no pasan de herir. Pero hoy en la guerra se le hace más daño al enemigo, hiriéndole la gente que matándosela. Imagínese para un país qué es mayor problema en una guerra: ¿mil heridos? o mil muertos. Yo creo que mil heridos es un lío del carajo... Este FAL lo sacamos del Cantón en diciembre de 1978... Tiene muchas ventajas, por ejemplo su peso: dos kilos solamente. Uno lo puede llevar a todo lado. Es bueno para cualquier topografía.
Al lado derecho se acomodó el hombre de la nariz de cortalatas. Tenía también cuatro granadas, dos pistolas, una o dos cajas con balas y otra arma que, me explicó, era una ametralladora Thompson. “Es más pesada, la bala mucho más grande y el impacto destroza lo que encuentra. Esta sí no hiere... pero claro, es un burro de ametralladora y se complementa con la que tiene el comandante”.
El tercer hombre había desaparecido. El encapuchado y
la “compañera” que traía la comida, también. Antes de apagar la luz, Bateman
acarició el cañon de su FAL y
comentó: “Es una pendejadita...”, y
“Cortalatas” completó la idea: “Y saber
el daño que hace”.
Comandante, le dije, ¿qué cree que le suceda el día que caiga en manos de las autoridades?
Sí sé por lo que han dicho ellos...
¿Quiénes son ellos?
El enemigo. Yo lo he sabido a través de muchos
compañeros que han sido torturados por no decir dónde estoy yo. Y son muchos
los que han torturado por eso. Nosotros, como conocemos la organización sabemos
quiénes son los delatores... Bueno, el enemigo ha dicho con mucha claridad que
yo seré ajusticiado y a mí no me cabe la menor duda de que si les doy
oportunidad me matan. Claro que yo creo que cuando uno tiene esa claridad,
también está dispuesto a lo peor. Yo creo que toca correr el riesgo. Y es mejor
correrlo que ser asesinado sin ningún tipo de resistencia.
Durante las últimas horas de la charla de esa noche Bateman había hablado de los sistemas de financiación del M‑19. De sus empresas y del túnel a través del cual sacaron las armas del Ejército, en diciembre de 1978:
Un movimiento de este tipo tiene invariablemente que ser manejado, en la parte financiera, como una empresa capitalista cualquiera, explicó. Nosotros a lo mejor invertimos en certificados de cambio, en acciones de muy grandes y muy conocidas empresas del país, en papeles del mercado extra‑bancario. Hacer la guerra, hacer la revolución cuesta mucho dinero. Y tenemos nuestras empresas propias. Empresas legalmente constituidas que dan buenos dividendos. Mire una cosa: si no fuera por este tipo de organización, no habría sido posible realizar operaciones como la de las armas. En ese momento, hablo de 1977 y 1978, una de las empresas de la organización que mejor funcionaba era Produmédicos Limitada: importación y distribución de materiales, instrumental, aparatos para medicina. Produmédicos era una empresa que movía mucho dinero, y por lo tanto gozaba de un gran crédito bancario. Era muy puntual en sus obligaciones con tarjetas de crédito, cuentas corrientes en agencias de viajes (pasajes), clientes, etcétera. A diciembre 31 de 1978 las utilidades líquidas con que Produmédicos financiaba a nuestra organización eran del orden de
Para realizar la operación del Cantón nosotros tuvimos
que quemar esa empresa: necesitábamos un préstamo bancario —no recuerdo qué
banco lo hizo—, necesitábamos comprar la casa donde se inició el túnel y
necesitábamos comprar toda la maquinaria, herramientas y hasta camas y comida
para los compañeros que iban a trabajar en el túnel. Una organización que no
hubiera contado con una empresa tan legal y con tan buena imagen como
Produmédicos, no hubiera podido realizar ese proyecto.
Produmédicos se acabó el día que fue descubierto el
robo de armas. Pese a lo que algunos izquierdistas dicen, que hacer esa
operación era una cosa fácil, yo creo que no fue así. Fue algo muy difícil...
Lo del Cantón obedeció a la necesidad de desarrollar un proyecto político. En
ese momento el M‑19 era bastante grande y su realidad y su desarrollo le
exigían mantener un alto grado de armamento y de municiones
En ese momento iniciábamos el trabajo rural, aunque
tengamos fama de ser urbanos. En realidad, le confieso que el M‑19 es una organización más rural que
urbana. Pues bien: esa necesidad de armar al pueblo más otras que todavía no
las podemos dar a conocer y que tienen que ver con ayuda continental a otros
pueblos, nos llevaron a planear esa operación. Entonces buscamos dentro del M‑19, a través de nuestros cuadros a
nivel de Ejército, la manera de conseguir un armamento grande. Se estudiaron
varias posibilidades y la más imposible era un monstruo de depósito que había
en Usaquén y a la cual los técnicos no le daban mayores posibilidades de
triunfo. La organización estudió detenidamente la situación del Cantón y llegó
a la conclusión de que sí podía hacer la operación.
¿Cuánto duraron estudiando el asalto?
Unos siete u ocho meses. Al comienzo, un punto
neurálgico era cómo íbamos a hacer para recoger tanto armamento. Esa era una
parte fundamental, aunque ahora mucha gente dice que nosotros no teníamos
capacidad de almacenamiento. Eso no es cierto. Eso es absolutamente falso,
porque en el planteamiento se tuvo en cuenta absolutamente todo... o casi todo.
Comenzamos comprando una casa para iniciar el túnel.
Bueno, no habíamos pensado comprarla sino en alquilar otra que queda más o
menos a cuadra y media del Cantón. Es decir, unos 170 metros . Pero en esos
días —yo creo que se alcanzó a alquilar la casa— salió el aviso de la venta de
otra casa frente al arsenal. Puro al frente. Imagínese, reducíamos la distancia
del túnel de 170 a
unos 80 metros .
Si usted va al sitio podrá ver que si partíamos de la primera casa, era
necesario pasar por debajo de la guardia, que queda hacia el norte. Entonces
las posibilidades eran muy remotas. El aviso de la venta nos cayó —según se dice— como anillo al dedo. Con la nueva
casa no había que realizar ningún tipo de mediciones. Había solamente que cavar
y seguir derecho.
Nosotros en el afán de adquirir esa casa, dimos una
cuota inicial, creo que de 600 ó 700 mil pesos que lógicamente tuvo que dar
Produmédicos. Y un préstamo de un millón de pesos, que también consiguió esa
firma. Y se consiguió bastante rápido. El dueño de la casa al ver nuestra
prisa, cobró más de lo que valía. Y nosotros estábamos dispuestos a pagar lo
que fuera con tal de adquirirla...
En la construcción del túnel hubo muchos problemas:
problemas de todo tipo, pero le voy a mencionar algunos que yo recuerdo, porque
hay compañeros que estuvieron más cerca de eso. En primer lugar, la orientación
del túnel que solucionamos dándole de frente. Sin problemas...
Segundo: cómo salir a donde había que salir. Usted
sabe que el Cantón tenía no sé cuántas toneladas de hierro sobre el piso. Miles
de toneladas entre cajas, y el punto para salir tenía que ser preciso. Esto
lógicamente, es y será un secreto durante muchos años: cómo logramos salir allí.
Llegará el día que lo digamos, pero todavía no.
Tercer problema: la tierra. Cómo sacar diariamente dos
o tres metros cúbicos de tierra. Es que, una cosa es cuando usted saca un metro
y otra cuando lo empaca. Ahí se le convierte en dos metros.
El cuarto problema es que ese es un terreno que fue
rellenado con basura. En el transcurso de la construcción se encontraron
bolsones de esa basura, que expedían un gas letal. Eso estuvo a punto de
impedir la construcción del túnel, porque la gente se ahogaba allá abajo. La
gente no podía respirar, se asfixiaba. Y otra cosa más: agua. Había mucha agua. Compramos motobomba y ésta funcionaba
permanentemente: sacábamos el agua a una cañería de la casa y de ahí al
alcantarillado. Hay quienes dicen que allí tuvimos gente super‑especializada.
¡No! En absoluto. Ahí nadie era especializado en nada. Eran obreros por lo
general. Obreros de la construcción, compañeros mineros. Incluso llegamos a
tener ingenieros de verdad, verdad, que llegaron a la conclusión de que
técnicamente la obra era imposible, empezando por el tiempo con que contábamos.
Nosotros teníamos que llegar al Cantón el 31 de diciembre. No había otra
posibilidad y arrancamos a finales de octubre
Nuevo problema: una cosa es construir un túnel y otra,
cómo sacar las armas del arsenal. Entonces había que hacer un sistema con
rieles de madera y ruedas de caucho, porque también había problemas de ruido.
No se podía hacer ruido. Pero todo eso lo fuimos resolviendo. En primer lugar
los costos, que eran altísimos y que, en parte, los pagaba Diners, porque
fueron utilizadas las tarjetas de Arteaga y Esther Morón, los “dueños” de
Produmédicos. Con esas tarjetas se compraron motobombas, herramientas y demás.
El problema del aire: hubo que adquirir inyectores o
bombas especiales para que la gente, allá dentro, pudiera respirar. Eso supone
motores funcionando. Ruido. Para el ruido, pues teníamos los radios y el
televisor funcionando a todo volumen durante el día. Entonces el barrio se
acostumbró a que la dueña de la casa y el servicio eran gente mal educada.
Gente ruidosa... (Bueno, en cuanto al servicio, pues no eran muchachas sino,
por lo general, oficiales primeros de la organización, con mucha
responsabilidad). Esto mitigaba un poco el ruido y de noche se suspendían los
trabajos. O sea que esas horas eran pérdida de tiempo muy valioso.
Prácticamente el trabajo era de doce horas diarias, en las cuales avanzábamos
un metro, dos metros. Se caía un metro, arréglelo, apuntálelo... Y así íbamos
avanzando. Poco a poco.
La sacada de la tierra fue otro dolor de cabeza.
Hicimos varios ensayos. El primero fue comprar una máquina para transformar la
tierra que se sacaba, en ladrillo prensado. Eso fue un fracaso absoluto, pues
como la tierra era de tan mala calidad, no compactaba. No se podían hacer
ladrillos, si se hacían ladrillos, no había relación entre la cantidad de
tierra que se sacaba y los ladrillos que se producían. Cuando iban, por ejemplo
200 ladrillos, teníamos tres metros cúbicos de tierra esperando. La
productividad de la empresa no era buena. Además, teníamos que mantener a diez
compañeros sacando tierra y a cinco prensando. Bajaba el rendimiento en la
construcción del túnel. Así las cosas, nos tocó lanzarnos con bolsas de
polietileno, meter en ellas la tierra y sacar diariamente de a una a dos
toneladas en una camioneta que entraba a la casa, se cerraban las puertas del
garaje, cargábamos y volvía a salir. La camioneta entraba y salía unas dos o
tres veces al día... Por ese motivo, la familia Arteaga mantenía una actitud de
mucha simpatía frente a los centinelas del Ejército. Mucha ayuda, mucha
colaboración con los soldados. Tanta, que éstos se disputaban la guardia,
porque les daban jugos... Ellos cuidaban nuestros carros, un R‑12 y
una camioneta que posteriormente perdimos cuando el compañero... ¿Cómo se
llamaba?, El hombre del bigote piensa un segundo y da: ¡Israel Rodríguez!. Sí,
Israel Rodríguez, repite Bateman y continúa:
El murió trágicamente en un accidente absurdo, un accidente estúpido de tránsito.
La prensa de esos días dijo que ese fue el primer error de ustedes: dar a la publicidad el nombre de Rodríguez, porque por ahí comenzaron los servicios secretos del Ejército a desenrollar la madeja.
No. No tuvo nada que ver eso. Son inventos de la
prensa. Eso no tuvo nada que ver. Yo le digo más adelante cuáles fueron
nuestros errores. Pero sigamos: además del aire, el túnel tenía luz eléctrica,
teléfono, citófonos con la casa y con un vigía que estaba encima, sobre el
techo. El podía ver para todos lados. Pero a él no lo veían. Además, adentro
había barrotes de seguridad para que no se cayera el túnel. Estaba apuntalado
como cualquier socavón en una mina.
El treinta de diciembre logramos penetrar finalmente
al arsenal. Era una situación angustiosa porque cuando llegamos al piso nos
encontramos con una losa, por lo menos, de treinta centímetros. Era una masa de
concreto y esa misma noche se realizó la operación para romperla. Empleamos
gatos hidráulicos que tenían unas puyas de acero en la punta. Entonces se subía
el aparato y se iban haciendo unos huecos en redondo hasta que fue apareciendo
el hueco de entrada a donde estaban las armas. Salimos el 31 de diciembre
madrugados. Todo el 31 sacando armas. No hubo mucho problema en la sacada
porque la época era propicia: fecha ideal, 31 de diciembre, días de Navidad
prácticamente, pocas requisas en las calles y avenidas...
En la operación inicial participaron 20 compañeros que
entraron a la casa y se quedaron allá, sin salir durante dos meses, haciendo el
túnel. Ya, cuando comenzó a salir el armamento, participaron más o menos cien
compañeros. Creo que eran ciento veinte: unos en el túnel, otros sacando armas,
otros transportándolas a un sitio. Desde allí eran distribuidas a diferentes
lugares. Pero carajo, era mucho armamento. Fue una operación compleja y
nosotros calculamos unas siete mil armas, la mayoría cortas, que otros quince
compañeros más, fuera de los que le he mencionado, untaban de vaselina para
poderlas mantener almacenadas y sin peligro de oxidación.
Se ha especulado mucho sobre los errores que
cometimos. Ahora sabemos que fueron errores de organización. No
compartimentamos. Es decir, unos debían sacar armas, otros, diferentes (sin
conexión con los anteriores), debían transportarlas, y un tercer equipo, que no
conocía a los dos anteriores, debía guardarlas. Ese fue nuestro error y lo
pagamos duro, porque fue una delación. Y cayó en poder del enemigo el sitio
donde estaba la mayoría del armamento: otro túnel que construimos con otros
compañeros. Estaba sellado con una placa de concreto y podía resistir cualquier
requisa normal sin ser descubierto. Hubiera podido permanecer años de años sin
ser encontrado.
Hoy nosotros creemos que lo que recibimos después del
Cantón fue una lección. Sencillamente así lo entendemos. Aprendimos que al
enemigo hay que valorarlo suficientemente, porque a nosotros realmente se nos
subieron los humos a la cabeza y pensamos que éramos más fuertes de lo que
realmente éramos. Pero lo que nos importa hoy es el proyecto político que hay
de fondo, que para nosotros vale más de diez mil estructuras.
La primera noche se convirtió en unas dos horas de “descanso” a partir de las cuatro de la mañana. Un hombre de capucha que no había visto antes, golpeó en la puerta y sin esperar a que le contestaran la abrió con cuidado y asomó medio cuerpo: “Comandante, las seis y cuarto”. Luego le hizo una seña con la cabeza y Bateman corrió la cremallera del talego de dormir con una rapidez bárbara y comenzó a salir de él con lentitud. Mientras caminaba hacia la puerta le dijo al guerrillero: “compañero, ¿qué tal unos tinticos para esta gente?”. Afuera se escuchaba el aparato de radio. Estaban hablando algo del M‑19 pero no pude precisar qué decían.
El y el hombre de las narices de cortalatas durmieron
profundamente. Un concierto de ronquidos a doble fuelle que no paró un segundo,
me hizo pensar que hay que tener algo especial para estar metido en este paseo.
No sé si se llame sangre fría o masoquismo, porque por lo que me pude dar
cuenta, se trataba de vivir permanentemente esperando el balazo.
¿Cómo fue su permanencia en la ANAPO?
En la ANAPO,
para comenzar por algún lado, nosotros cometimos, primero que todo, grandes
errores. No comprendimos, por ejemplo, las características y la importancia de la
ANAPO como movimiento político. No
comprendimos que como movimiento popular tenía que ser eso; intentamos
transformarlo en un partido político concientizado, claro en su concepción y
entonces le metimos una inyección excesiva de ideología a un aparato que no
soportaba eso. La gente, por su extracción popular, se fue retirando poco a
poco. Nosotros contribuimos un poco al desmantelamiento.
Pero a la vez, la dirección de la ANAPO era de una inconsecuencia
increíble frente al gran fervor que las masas le tenían al movimiento y al
general Rojas Pinilla. Es decir, el pueblo era superior a sus dirigentes.
¿Ustedes por qué salieron de la ANAPO?
No salimos. La ANAPO
se fue diluyendo como proyecto político en el país, y nosotros decidimos no
diluirnos en la pasividad y en las luchas internas que no llevaban a ningún
sitio. Al final, imagínese que en la ANAPO
ya se estaba discutiendo quién debía encabezar listas para el Concejo y la
Asamblea. Imagínese esa vaina. Entonces nosotros no quisimos hacerle el juego a
esa política porque nuestro proyecto iba más allá, especialmente después del
ajusticiamiento de Mercado, cuando ya rebasaba los límites de la ANAPO y se convertía en un proyecto
concreto de masas... Fíjese que los que reivindican los símbolos de la ANAPO somos nosotros. Más nadie. Con
nosotros, la bandera y el himno se convirtieron en símbolos revolucionarios.
Ustedes hablan de torturas pero un sector de la opinión piensa que no se dan cuenta de lo que hicieron con Mercado, y ustedes lo mataron. Escobar Soto murió después de pasar varios meses en un hueco, sin siquiera ver el sol. Yo pregunto si eso no es tortura. Y el doctor Pardo Buelvas fue muerto en su casa, casi que en presencia de sus hijos. Y eso para un colombiano medio como yo, es tortura.
Bueno vamos por partes. Al doctor Pardo Buelvas no lo
ajusticiamos nosotros. Eso fue otra organización a la cual nosotros reprobamos
por razones obvias. Ahora, a Mercado no lo mató el M‑19 sino la burguesía colombiana que no quiso reconocer que
él había sido su mejor sirviente. Ellos lo utilizaron, ellos lo tuvieron
siempre como su sirviente y cuando necesitó de ellos lo abandonaron como a un
perro. Y no es cierto lo que dice el doctor López Michelsen. El M‑19 hizo todo lo posible
por lograr siquiera una reivindicación aunque fuera pequeña. En ese
momento había una gran huelga en Riopaila, de la cual hoy no se acuerda nadie,
ya habían sido despedidos decenas de obreros. Si se hubieran hecho arreglos
elementales como un alza salarial —nosotros no pedíamos más— todo se hubiera
arreglado. Pero la burguesía prefirió que lo mataran. Porque Mercado ya no les
servía para nada. Ahora, que nosotros hubiéramos torturado a Mercado, ahí están
los documentos. Revise la última carta al presidente López; revísela cuando
salga de aquí. Es un documento histórico que publicó “EL TIEMPO” en primera
página.
Hay otra cosa: nosotros teníamos que hacerle justicia
a la clase obrera colombiana porque no podemos decir que Mercado era “un pobre
Mercado”. Él era un apéndice de la CIA.
¿Qué pruebas tienen de eso?
Teníamos pruebas suficientes y lanzamos un folleto
sobre todas sus actividades. Ese folleto lo distribuimos a toda la prensa
nacional y ya nadie se acuerda de eso.
Además el doctor López se queja de que no había
posibilidades de hablar con nuestra organización. Eso es falso.
Nosotros contamos con un abogado muy prestigioso de
este país y hablamos con él y lo enviamos como emisario para que dialogara con
el doctor López, pero la respuesta fue categórica: ¡nada! No negociamos... Tal
vez nosotros decimos que la muerte de Mercado, por lo menos, sirvió como
llamada de atención al país.
¿Cómo se le fueron ustedes de las manos al general Matallana? Da la impresión de que él los tenía prácticamente agarrados.
Sí. El General nos persiguió y nos buscó bastante. Y
el hombre estaba sobre la pista: no era que estuviera desenfocado sobre lo de
Mercado... Ha habido una polémica entre el doctor López Michelsen y el general
Matallana y realmente el que tenía la razón era el General.
¿Por qué?
Porque yo creo que el hombre estaba en la línea que
tenía que seguir, independientemente de que yo no esté de acuerdo. ¿Cierto? Y
el General cayó en las trampas que nosotros le tendimos y eso nos lo tiene que
reconocer. Porque él cometió gravísimos errores.
¿Como cuáles?
Su primer gran error fue creer que éramos un aparato
de la CIA. Ese fue un error grave
porque estaba partiendo de una premisa falsa y usted sabe que eso se paga.
¿Qué otro error cometió el General?
No haber detenido a Carlos Toledo Plata. Yo creo que
él tenía pruebas suficientes para hacerlo —repito, independientemente de que yo
vaya a estar de acuerdo con eso—. El General ha podido tener a Toledo más
tiempo, y entonces...
¿Como cuánto tiempo?
No sé. Creo que lo hubiera podido acusar de asociación
para delinquir, por ejemplo.
¿Qué trampas le tendieron al General más adelante?
La más importante fue la firmeza de la Anapo
Socialista, que no es trampa desde el punto de vista nuestro, pero para él sí
lo era. La firmeza de los compañeros, realmente hizo vacilar al General sobre
esto. Y aunque él estaba seguro, no pudo comprobar nada. Yo creo que el fracaso
del general Matallana fue no haber contado con los elementos políticos para
hacer lo que él siempre ha querido hacer... Yo creo que el general Matallana es
un nacionalista. Y es uno de los pocos militares, en este país, que pueden
hablar con altura y con dignidad —y le repito una vez más, independiente de que
yo esté de acuerdo con él—. Nosotros estimamos a los militares que aunque estén
con el sistema, sean hombres íntegros, sean hombres que no agachen la cabeza
frente al Imperio. Y usted sabe que el único General que ha tenido —y perdóneme
la palabra— que ha tenido los cojones en este país de hacerle una crítica a los
norteamericanos, es el general Matallana, cuando el famoso informe sobre el
Instituto Lingüístico de Verano.
Ahora pasemos al segundo caso: el de Escobar Soto.
El caso de Escobar Soto tiene que ver con otro
problema. El fue detenido por razones puramente económicas. Usted sabe que las
organizaciones revolucionarias, que no dependen del exterior, tienen que
financiarse aquí con la oligarquía colombiana. Eso tiene que quedar muy claro
Es decir, que a través de secuestro ustedes obtienen el dinero de los dirigentes del país...
De ellos y de algo más. El señor Escobar Soto era el
representante de una gran empresa multinacional y la que lo mató a él fue la
multinacional, la Texas Petroleum Company. Nosotros estábamos negociando con
ella y nunca quiso llegar a un acuerdo económico. Y eso se lo dijimos nosotros
a los representantes de la multinacional: “ustedes van a matar a Escobar
Soto”... Multinacionales que sacan millones y millones de dólares de este país
y no son capaces de responder por sus ejecutivos. A Escobar Soto realmente la
multinacional lo abandonó, y esto que sirva de ejemplo para todos los
ejecutivos de este país que se venden a las multinacionales. Ahora, a Escobar
Soto quién lo mata: lo mata el Ejército; sabía que esa cárcel no tenía salidas
y aún así quiso crear el hecho político de su muerte para achacárnosla a
nosotros. Nosotros éramos los más interesados en que no le sucediera nada.
Finalmente le digo una cosa: nosotros preferimos detener a los hombres de las
multinacionales que a los industriales colombianos.
Bueno, a propósito de industria, ¿ustedes piensan subir al poder y entregárselo al obrero que opera bien una máquina pero que no tiene la visión de producción, ni de administración, ni de expansión? ¿No cree usted que eso en “su” Gobierno sería un caos?
Bueno, entregarle las fábricas a los obreros, eso es
el socialismo que por principio cree en la abolición de cualquier forma de
propiedad privada. Nosotros no estamos planteando eso. Nosotros estamos
planteando la democratización de la economía. Y cuando nosotros hablamos de
democratización, sencillamente le estamos diciendo a los capitalistas
colombianos —colombianos con capital nacional— en primer lugar que sean nacionales.
En segundo lugar, que luchen para que no sean asfixiados... Usted sabe que en
este país cada día hay menos capitalistas. Parece mentira pero es así. ¿Por
qué? Porque el que no está dentro de la producción monopolística, no tiene
posibilidades de sobrevivir. Usted conoce las declaraciones que dio hace poco,
no sé si la Andi de Pereira o de Manizales, donde la gente protesta porque
sencillamente los créditos los maneja el gran monopolio. Y el gran monopolio
beneficia a su propia industria... Entonces hablemos de industria. hablemos de
una gran industria monopolística en este país y hablemos de una producción
industrial nacional. Nosotros estamos con esa industria que se está ahogando,
que se está asfixiando, en contra de la que está montada fundamentalmente sobre
capital y tecnología extranjera, que no es la tecnología nacional, desde luego.
O sea, los capitales norteamericanos, alemanes, extranjeros que nunca regalan
tecnología. La prestan y no permiten que los países sub‑desarrollados asimilen
esa tecnología. Aparte de que no la pueden asimilar porque necesitarían una
ayuda inmensa. Entonces lo que nosotros les planteamos a los industriales
colombianos es, “pongámonos las pilas, como dice el pueblo, porque se van a
acabar”. Las ansias de dinero y de poder del gran monopolio, son infinitas. Nosotros
no estamos planteando quitarle fábricas a nadie porque eso no se puede hacer
así no más. Eso lo hará una revolución socialista, pero nosotros no estamos
organizando una revolución socialista. Nosotros lo que queremos es que la gente
viva mejor en este país.
Ahora, a los industriales nacionales también les
decimos: aquí el que lleva la de perder es el obrero. Aquí el explotado es el
obrero. Entonces no se trata de tener una política frente a la gran industria y
frente a la pequeña industria, sino también tener una política de salarios que
corresponda. Es decir, que el nivel de vida de los obreros corresponda al
desarrollo de esa industria. Y que los industriales no le tomen el pelo a los obreros
y le roben el valor de su trabajo. Entonces es una política que tiene que
beneficiar a todo el mundo, aunque no sea más justa, porque nunca será justa la
relación entre el industrial y el obrero. Con toda seguridad así llegaremos a
acuerdos con el industrial que quiera realmente desarrollarse.
En algunos momentos me parecía estar hablando con un hombre que ya se
siente con un pie en el poder. Su actitud frente a los que le escuchábamos
—planteando una distancia inmensa—, me hacía olvidar ocasionalmente que
estábamos metidos en aquella sala
desnuda, preocupados por
cualquier ruido externo, así fuera insignificante. Bateman, ese costeño
amarillento que cumpliría cuarenta años dentro de cinco días, rompía sin
embargo continuamente aquel ambiente de dignidad impúdica, con algunos chistes.
Después de varios derrumbes en el túnel de las armas,
se decidió que había que apuntalar mejor el techo para no seguir perdiendo
tiempo. Un día sobre las dos de la tarde nadie había almorzado y alguien vio que
un compañero minero se sentó en el suelo. ¿Ya apuntaló? le preguntaron, y él respondió con una cara de
fatiga violenta: “No compañero, aquí como que no apuntala nadie”. En el
interior del país los trabajadores dicen apuntalar por comer.
Pero, aparte de estos momentos, la situación para mí fue de tensión permanente y a medida que avanzaba el día y se acercaba la hora de la salida —como ellos me lo habían prometido— parecía concentrarme menos en lo que él decía. El diálogo se demoró porque había que apagar continuamente la grabadora y pedirle que reconstruyera aquellas ideas que se habían quedado aleteando en los rincones de la sala. Era una grabadora vieja y de mala calidad y se lo comenté. Entonces nuevamente en tono de chiste se dirigió a sus amigos y les dijo: “¿Cómo es posible que el M‑19 no cuente con buenos elementos? ¿Qué va a decir la prensa de nosotros?”. Ellos tenían también papel abundante, una máquina de escribir portátil, lápices, una libreta de apuntes, una cámara fotográfica tan vieja como la grabadora y dos paquetes completos de rollos fotográficos.
Pese a la situación, había que conversar mucho.
Entonces el tema fuimos aquéllos que hemos podido conseguir algunas pequeñas
cosas en la vida, lo que es imperdonable para la izquierda colombiana.
Voy
a llevar un poco la charla por mi caso personal, porque pertenezco a una clase
que ustedes deben llamar pequeño‑burguesa. Y me preocupo cuando se habla de
estas vainas. Me preocupa pensar en un pequeño apartamento que tengo y en un
auto que me he ganado con mi trabajo. Yo partí de ceros y si ustedes llegaran
al Gobierno me lo quitarían ¿Qué harían? ¿Me obligarían a dárselo a un vago que
no ha trabajado como yo?
Esa es la labor de esta gran burguesía colombiana:
hacerle creer al pueblo que la revolución en este país será el caos y que aquí
se van a repartir no sólo los apartamentos y el Renault‑4, sino también su
mujer y sus hijos. Esa es la labor distorsionadora. Pero usted qué habla de
apartamento y de Renault. Es más grave pensar en los millones de colombianos
que no tienen posibilidad siquiera de adquirir una mula... Nosotros no sólo
vamos a respetar eso, porque es un derecho elemental. Nosotros lo que queremos
es que todos los colombianos tengan su R‑4. Y apunte porque nosotros cuando
lleguemos al Gobierno vamos a hacer un contrato nuevo con la Renault francesa
porque el que hay en este momento es contrario a los intereses del país. Es que
el primer beneficiario de la permanencia de una empresa extranjera aquí tiene
que ser el mismo país, que recibe esa empresa. Ahora ¿su apartamentico? Pues
qué podemos hacer. Pero, por favor que todos los colombianos tengan el
apartamentico que usted tiene. Ese es el problema: aquí hay gente que vive en
casas de cartón.
Usted lo que plantea es que por tener techo propio y un carro, soy enemigo de los que no lo tienen. Usted busca enfrentarme con toda esa gente.
No, todo lo contrario. Usted sabe que no es el
enemigo. Pero el que tiene miles de hectáreas de tierra, los que dominan esta
ciudad, que poseen diez y veinte casas, yo le pregunto a usted: ¿qué podemos
hacer con eso? Ahora: no le vamos a quitar las casas a todo el mundo. Pero que
cada casa cumpla una función social. Usted tiene que estar de acuerdo conmigo
en que aquí hay quien paga treinta, cuarenta, cincuenta mil pesos por un
arrendamiento y usted sabe también cuánto es el salario promedio en el país. Un
tipo cuando gana ocho mil pesos al mes, tiene que pagar cinco o seis mil de
arrendamiento. Entonces yo le pregunto a usted: ¿de qué vive la gente? ¿De qué
come la gente? Con lo que no estamos de acuerdo es con que haya cuatro, cinco
pulpos en el país que dominan los apartamentos y que hacen grandes negocios con
ellos.
Pero hay una cosa: yo creo que el país conoce cifras y Colombia tiene un alto índice de desarrollo. Tenemos grandes reservas internacionales. ¿Usted puede negar eso?
Indudablemente que no pero ése es el problema.
Colombia ha tenido un desarrollo de casi el 7.5 por ciento anual, que es un
desarrollo altísimo. Y tiene unas reservas que superan los cuatro mil millones
de dólares. Cualquiera diría que éste es el país más rico del mundo. Pero ¿ese
desarrollo es para quién? ¿Ese es un desarrollo que beneficia a quién? Porque
éste es un país donde cada día hay más desempleados. En Colombia hay explotación por el bajo
índice de sindicalización. Por esa tenaza que es el “Estado de Sitio”, que no
permite la organización. Por ese “Estatuto de Seguridad” dirigido a la clase
obrera para que no pueda protestar ni exigir mejores salarios. Entonces
nosotros decimos: ¿quién se está beneficiando de ese desarrollo? ¿El pueblo
colombiano?... Cada día los hospitales están peor, cada día la leche está más
envenenada. ¿Tenemos mejor educación? No. Los índices lo que demuestran es que
el país va a la bancarrota de la gente mientras una gran bonanza industrial está beneficiando a
un sector reducido de la población.
Pero ya tocamos este tema, perdóneme que toquemos el
tema de los cafeteros. Este es un país que vive del café. El sesenta y pico de
las divisas las sacamos del café, ¿cierto? Y no somos nosotros los que decimos esto: las dos bonanzas que
tenemos no son del pueblo colombiano. Eso lo dice el doctor López Michelsen.
Nosotros decimos: ¿a quién beneficia la bonanza cafetera? ¿Dónde están los
hospitales, dónde están las grandes haciendas para el desarrollo agrícola,
dónde están las prestaciones de los cientos de miles de personas que cogen el
café por temporadas? Es la bonanza de la gran oligarquía colombiana. Y fíjese
que de ella sale un chorro de dinero que va directo a Suiza, a los grandes
apartamentos en Miami.
Usted habla del tratamiento que el M‑19 le daría al país en el campo del desarrollo, pero por otro lado, ya en la práctica, los colombianos vemos que se está haciendo una hidroeléctrica en el Sinú y los grupos guerrilleros no quieren dejarla hacer.
Bueno. Pongámonos de acuerdo. No son los grupos
guerrilleros. Es un grupo guerrillero. Creo que es el EPL y nosotros no estamos de acuerdo con eso. Y si los rusos
van a construir aquí cincuenta hidroeléctricas bienvenidos los rusos, porque
eso va a beneficiar a nuestro pueblo. Entre más energía haya aquí, más
desarrollo tendremos. La otra cara del problema es que si la hidroeléctrica va
a beneficiar a un sector monopolístico, entonces no vamos a estar de acuerdo.
Pero si pasa eso, por ahora no vamos a tomar medidas pues sabemos que eso a la
larga va a servirle a nuestro pueblo.
Bueno, voy a seguir pensando que ustedes podrían llegar al Gobierno y entonces tendrán fórmulas. ¿Dígame cuáles serían las soluciones para el problema de la salud?
Mire, esto de la salud, de la educación, son problemas
que tienen que ver con toda la concepción del Estado. La orientación que se le
ha dado a la salud es anti‑democrática y fíjese que todo tiene que ver con la
democracia. La salud en este país está hecha para una gran minoría de
colombianos. La educación universitaria está orientada hacia la
especialización. Aquí no hay una medicina preventiva. Al Estado le interesa que
parte de la población tenga algunos elementos para la salud. Hace poco alguien
decía que sólo el diez por ciento de la población colombiana se beneficia de la
orientación estatal de la salud. Y si usted es empleado o trabajador, tiene que
saber lo que es esa manigua de los Seguros Sociales. Ese debiera ser el mejor
servicio del país, pero sin embargo es el peor. Ahí está la salud de Colombia.
Vaya a los campos, vaya a cualquier parte y encontrará una ausencia total
dentro de una política estatal. Para que la haya se necesita una orientación
generalmente democrática. Eso es todo.
Debería ser mediodía y Bateman dijo que se iba a bañar el cuerpo y el
pelo. “Es que esta tarde pienso darle una gran chiva. Me voy a dejar retratar
por primera vez de una periodista. Para eso trajimos cámara y rollos”.
Mientras se bañaba, los dos guerrilleros dejaron sus ametralladoras en alguna parte, pero mantenían las pistolas colocadas en la cintura del pantalón. Salieron al comedor y escuché que abrían las cajas de cartón que estaban en el piso. Luego aparecieron con dos banderas: una de Colombia y otra del M‑19; con las cuatro sillas, un escritorio viejo que estaba en la habitación donde dormimos esa madrugada y un escudo pintado con crayolas sobre cartulina blanca.
Colocaron todo en el fondo de la salita y trajeron la
cámara y los rollos. Uno de ellos preguntó cómo se operaba mejor la cámara y le
dije que si lo sabía hacer bien. Me confesó que no y entonces le pedí que me
permitiera hacerlo. Conozco de fotografía y en ese momento las gráficas eran
muy importantes para mí.
¿Una vez que las tomemos me las puedo llevar?
No, nosotros las vamos a repartir en los periódicos mañana 19 de abril.
Luego le damos a usted la propiedad intelectual, si así lo quiere. Recójalas
dentro de unos días porque son suyas, respondió el hombre del bigote.
Bateman salió del baño vestido y pidió que le trajeran el secador de pelo.
Por favor no se asuste que soy normal —me explicó
riendo—, lo que pasa es que cuando uno se peina con “afro” tiene que cargar
todas esas vainas.
Lo conectó allí mismo y se secó el cabello.
Luego con un lápiz y mientras hablábamos, gastó tal vez un par de horas
escarbándose la cabeza hasta cuando el afro tomó forma.
Usted
habla de planes en todos los campos, pero ¿cómo haría para desarrollarlos? le pregunté y luego de decir que ya tenía hambre y que
debíamos suspender rápido la sesión, comentó echándose otro paquete de maní a
la boca:
Tal vez yo repito mucho pero el dinero tiene que salir
del que lo produce. Los impuestos deben ser manejados con honestidad y entonces
alcanzarán para hacer obras, muchas obras. Luego el producto del trabajo de los
colombianos. Mire, este pueblo trabaja mucho y es muy sufrido, pero el producto
de su trabajo va a parar primero a las arcas de los grandes monopolios
norteamericanos y luego a las de los grandes monopolios nacionales. Y ahí está
el dinero, no sólo para tener una buena salud, sino una buena educación. Son
complementarias una cosa de la otra.
Ahora
que se me vino a la cabeza, ¿usted sabe cómo se distribuye el presupuesto
nacional de Colombia? El cincuenta por ciento en represión. Y cuando hablo
de represión no hablo sólo del Ejército sino de la Policía, de los servicios
secretos, de la Defensa Civil. La burocracia se come el resto. Gómez Hurtado
decía hace poco que el que manejara el millón de burócratas, manejaba el país:
es un millón de votos casi que seguro... Eso es lo más anti‑democrático que
puede haber. Ahí está otra parte del dinero que necesitamos... Mire, las
grandes partidas que manejan los parlamentarios son lo más irracional dentro de
la dirección de un Estado: yo doy veinte mil para una escuela. Yo doy cuarenta
mil para un puente. Yo doy un millón no sé para qué cosa. Y ninguna obra se
termina. En esta forma nadie puede dirigir un Estado. Un Estado tiene que ser
centralizado porque si no es irracional, por eso no puede haber infraestructura
nunca, porque se trata de un país manejado por el clientelismo.
¿No se está formando un problema? No veo qué va a hacer con los empleados oficiales de los cuales plantea salir. Eso aumenta el desempleo.
No. Yo lo que haría sería meterle más gente al Estado.
O si no qué hace con los 300 mil vigilantes privados. O con el millón de
desocupados que hay en el campo. Saque cuentas porque ya llevamos dos millones
y medio. Qué vamos a hacer con los dos millones de desocupados que hay en
Bogotá... Yo le digo entonces que lo que
tenemos para resolver es muy grande. Por este motivo no puede haber una
política para obras públicas, una política para educación, una política para
agricultura. No. Tiene que haber una política general que guíe al Estado hacia
la superación de todos los problemas a un mismo nivel
Durante el diálogo había preguntado a Bateman, qué sentía por los Estados Unidos y sin pensarlo, anotó algunas cosas:
Los Estados Unidos —dijo— han construido en cien años
lo que la humanidad logró en dos mil. Con eso le digo la mayoría de la
respuesta. Nosotros admiramos a los Estados Unidos aunque desgraciadamente se
trata de un pueblo que cayó bajo las garras de una ideología reaccionaria que
quiso dominar al mundo por la fuerza. Y los Estados Unidos no viven solamente
de la explotación del obrero norteamericano sino de la explotación de la
humanidad entera. El imperio norteamericano se hizo sobre la base del saqueo.
Nuestro pueblo latinoamericano ha sufrido decenas y decenas de años la explotación
norteamericana y eso favorece indirectamente a su mismo pueblo. Pero allá no
todo el mundo tiene apartamento y carro. Allá hay una miseria muy grande: 10
millones de mexicanos viven en la frontera muriéndose de hambre. 30 millones de
negros están en condiciones terribles. Sin embargo la guerra del Vietnam ha
cambiado mucho la mentalidad de ese pueblo y lo ha obligado a aterrizar y por
eso ellos a la larga tienen que estar con
nosotros... Usted ha visto todas las demostraciones de solidaridad en los
Estados Unidos durante la toma de la Embajada Dominicana en Bogotá. Eso no
había sucedido nunca
Creo que eso está bien. Pero el otro ángulo es que, a pesar de la toma de la Embajada, la gente piensa en Colombia que el M‑19 está muy golpeado .
Un momento: depende de qué gente. Está por un lado la gran burguesía que tiene que decirlo. Mal harían en reconocer en nosotros siquiera un enemigo potencial. La otra gente son los pesimistas, los hombres sin voluntad y los cobardes. Esa es otra gente que nosotros tenemos suficientemente bien ubicada para no tomarla en cuenta. Y en medio de eso está la inmensa población de este país que no tiene voz ni voto
Me estoy refiriendo a sectores ideologistas, por no
decir que ideólogos. Sectores que son la intelectualidad barata de este país,
que por falta de trabajo se ponen a interpretar y a decir cosas que no conocen.
A esos cobardes es que yo me refiero...
Porque un intelectual que se ha leído cuarenta tomos
de Marx y veinticinco de Lenin, no tiene derecho a estas horas de la vida, a
estar pensando que nada es posible y
creen que lo mejor es seguir hablando de marxismo‑leninismo. Pero no hacen nada
para que esas grandes ideas se conviertan en realidades.
Ahora, eso de que estamos acabados, yo no lo creo. La
práctica es la que dice lo contrario. Estamos ahora a 19 de abril y hay
acuartelamiento de primer grado desde hace dos días, y reunión del Consejo de
Ministros, pero lejos de Bogotá, en una base militar de Melgar bien
resguardada. Eso quiere decir que la situación no está muy bien... entre otras
cosas porque el M‑19 no está
acabado.
Pero, entonces esfuerzos como el de la Brigada Simón Bolívar, ¿qué quieren decir?
Hablemos primero del M‑19
y la colaboración internacional. Cuando Nicaragua nosotros fuimos una de las
pocas organizaciones armadas en América Latina que hicimos operaciones
militares alrededor de la solidaridad con ese país. Acuérdese que detuvimos al
embajador nicaragüense. Nosotros creemos que lo más importante fue lo que
hicimos por ellos en Colombia, porque la revolución nicaragüense la tenían que
hacer los nicaragüenses. Nosotros tenemos como principio, que las revoluciones
no se pueden hacer por mandado ni se pueden exportar. Para nosotros era más
importante agitar el problema nicaragüense en Colombia que ir a pelear allá.
Por eso vimos con cierta preocupación a la famosa Brigada Simón Bolívar, porque
considerábamos que no había que ir a pelear allá, pues en Colombia había, si no
las mismas condiciones, sí un estado de represión, de desigualdad, de tortura y
de persecución tan grande como las que había en Nicaragua. Y vimos que lo de la
Brigada Simón Bolívar era una salida por la tangente... No es que nos metamos
en el tema para profundizar, pero a la larga se vio que esa tal Brigada era
pirata, que iba a complicarle la vida a los compañeros nicaragüenses y con toda
razón los echaron de allá. Por eso nosotros les decimos: duros allá en
Nicaragua, pero blanditos en Colombia
Ahora estoy pensando en los lectores. Por qué no les da un respiro y se deja llevar al campo anecdótico, aun cuando sea un momento...
Perfecto, ¿de qué quiere que le hable?
Bueno, de algún secuestro.
Cuando tuvimos al doctor Ferreira y viajábamos con él
al punto de reclusión, nos encontramos con mucha tropa. Era un desfile militar
y nos detuvieron. Pero entre el carro iba un compañero con uniforme de Mayor y
nos dijeron con toda cortesía que por favor esperáramos un momento. Al terminar
el desfile le hicieron al compañero el saludo militar de acuerdo con su rango
de “mayor” y nos pidieron seguir de primeros.
El día que fue liberado, lo pasamos a una pieza contigua
a la cárcel y como todos los compañeros que lo iban a llevar debían entrar y
salir de allí con los ojos cerrados para no ver la ubicación del lugar, fueron
subiendo al carro uno por uno, a tientas. Arrancaron y una hora después el
conductor les dijo que podían abrir los ojos. Se miraron unos a otros y vieron
que el hombre se les había quedado allá, en la pieza. Tuvieron que devolverse
por él y Ferreira no se dio cuenta de la vaina.
Pero en ese secuestro hubo más cosas. En esos días
gente por su propia cuenta empezó a telefonear mucho a los periódicos diciendo
que había visto a Ferreira, que ya estaba liberado, que había aparecido aquí,
que había sido visto allá... Y sucede que cuando lo dejamos en la iglesia, ahí
sí llamamos nosotros a la prensa para que fuera a hacerle un reportaje. Lo
dejamos allá y el tipo se quedó esperando como una hora, porque la prensa no
nos creyó y nunca fue a buscarlo.
¿En qué cárcel estuvo Ferreira?
En la que murieron nuestros compañeros y murió Escobar
Soto.
Yo estuve haciéndole el interrogatorio a Ferreira. El se debe acordar perfectamente de eso. Pues bueno, más que interrogatorio fue una charla bastante amable y, digamos entre comillas “fraternal”, entre un representante del gran capital y un dirigente revolucionario. Creo que él fue testigo del trato que se le dio. Y el trato es el mismo para todos los detenidos.
Bueno, pero por más amable que sea el trato, estar ahí sin sol, sin correspondencia con la familia, aislado, sin moverse... Pues resulta una tortura, ¿o no?
Yo no creo que sea tortura, porque en las guerras
suceden estas cosas y son inevitables. No hay otra forma. Lo ideal sería que
nosotros tuviéramos un territorio liberado y los pudiéramos tener en una cárcel
al aire libre. Pero como las condiciones se imponen, nosotros lo máximo que
podemos hacer, es que sean lo menos injustas posibles.
¿Qué comodidades había en esa cárcel?
Tenía ventiladores muy buenos y él podía hacer
ejercicio todos los días. La comunicación con la familia no era posible, pues
el servicio de inteligencia estaba detrás de ellos. Pero las cartas que
enviaba, llegaban todas a su hogar. Nosotros cocinábamos ahí en la cárcel y a
él se le daba absolutamente todo lo que pedía. Todas estas invenciones de
torturas no son sino eso. Ojalá estos burgueses conocieran las cárceles
colombianas y se dieran cuenta de cómo es el tratamiento que se le da a los
presos en general.
¿En sus cárceles qué problemas se le plantean a los detenidos?
La angustia era el tema central pero nosotros
solucionamos esto en varias formas: en primer lugar satisfaciendo al hombre en
todo lo que en ese momento y bajo las
condiciones en que estaba, deseaba hacer: ya fuera una lectura, un juego,
cualquier tipo de diversión. No hay una sola cárcel a la que nosotros no
hayamos enviado lo que el señor pidiera. Siempre hemos sido muy cuidadosos en
eso. Y la atención médica... Por la quietud surgen problemas estomacales, antes
que problemas síquicos... Nosotros no hemos podido ver a una sola persona con
problemas síquicos durante la permanencia en ese tipo de cárceles.
Antes de fundar el M‑19 Bateman fue un guerrillero de las FARC, que operan en las montañas colombianas al mando de Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”.
Aunque su memoria parece intacta, no quiso aportar al diálogo recuerdos detenidos sobre esa época de su vida y prefirió solamente describir algunos rasgos de quienes fueron sus últimos jefes guerrilleros.
“Tirofijo”, Jacobo Arenas, Ciro Trujillo. Fueron
personas de las cuales aprendí mucho. Bastante. Estuve con ellos en la selva
desde 1966 hasta 1970, cinco años.
¿Tuvo un nivel alto dentro de la guerrilla?
No, mi misión era más de comisario político que de
combatiente. O sea que me dedicaba a la labor ideológica, labor de preparación
política, de organización.
La prensa ha publicado que usted fue secretario personal de “Tirofijo”.
No, en absoluto. Yo estuve muy cerca de él pero no fui
nunca su secretario. Creo que él no lo necesita porque es un hombre muy capaz.
Es un campesino pero ha adquirido una cultura muy grande. Yo lo aprecio mucho.
¿Qué recuerdos tiene de “Tirofijo”?
A mí lo que más me llama la atención de Marulanda es
el alto nivel de conciencia que ha adquirido, un hombre que no tuvo posibilidad
de acceso a la cultura, ni a las universidades, ni a los colegios. Como le
digo, está a muy alto nivel en la comprensión de lo que es este país. Lástima
que no sea más conocido públicamente porque puede dar mucho. Es realmente un
líder de este país... Actualmente debe estar llegando a los cincuenta años.
¿Cuánto hace que lo vio por última vez?
En 1971 en la selva. El nunca ha salido del monte y
por eso ahí está lo negativo y lo positivo de una figura como ésa: teniendo tantas
capacidades y tantas posibilidades de liderazgo no sólo en movimientos
guerrilleros, sino de masas, se mantenga tan incógnito... como desconocido por
el pueblo. Es que a Marulanda lo conoce un sector revolucionario pero yo creo
que antes que eso, que revolucionario, él es un líder popular. Tal vez de lo
mejor que existe en este país. Independientemente de que sea miembro del
Partido Comunista. Ese es uno de los pocos líderes que quedan de la época de la
violencia, en que las guerrillas comunistas, “los comunes”, como los llamaban,
se jugaban la vida durante muchos años.
Al lado de él, participa un hombre, que guardando las
proporciones, es una figura también muy importante y también muy desconocida:
Jacobo Arenas. Su verdadero nombre es Luis Morantes y más o menos es la segunda
figura de las FARC: un hombre muy
capaz, muy culto, de extracción obrera. Fue dirigente en la época de grandes
luchas en Barranca, es santandereano y tiene más de cincuenta años. Lleva él
acumulada una experiencia increíble de luchas populares colombianas, pero como
Marulanda también es muy desconocido. Las masas poco saben de la existencia de
tanta calidad humana y política.
Como observador, tengo la impresión de que la
experiencia de las guerrillas rurales ha sido casi que un fracaso en Colombia.
Yo no diría un fracaso sino que en Colombia esa misma
experiencia guerrillera ha sido una trampa y se nos han subido los humos a la
cabeza y hemos creído que somos los artífices, porque estamos luchando desde el
año 48 en guerra de guerrillas. Entonces somos los amos de la guerrilla en
América Latina y yo no creo que eso sea cierto. Aquí ha persistido la
guerrilla, se ha mantenido, pero su desarrollo no es el que necesita este
pueblo.
Mire una cosa: aquí han existido grupos y grupos y
grupos guerrilleros y realmente todos han partido de una copia mecánica de las
experiencias de otros países o de una sobre‑estimación de la capacidad militar
del enemigo. O han subestimado esa capacidad en el caso más reciente de las
guerrillas del EPL o del ELN, que han caído en una lucha
ideológica profunda que los ha llevado a divisiones y a contradicciones.
Lamentablemente porque para nosotros es una pérdida que sentimos como nuestra.
Nosotros no nos alegramos por eso. Todo lo contrario. Sabemos que el que pierde
en eso, es el pueblo.
Nosotros creemos que la experiencia guerrillera en
Colombia no está terminada. Al contrario, se encuentra en un nivel más alto de
retomar la iniciativa. En Colombia hay más de tres mil guerrilleros en armas,
con una concepción que ha imperado: la del “golpe y huye” que creemos que no ha
planteado el problema central que es la necesidad de destruir una máquina
burocrático‑militar. Y que esa máquina sólo se puede destruir con otro ejército
del pueblo pero que necesita un proyecto político que sea acorde con el
proyecto militar.
Esas son las leyes de la guerra. Si usted se mete en
un proyecto militar tiene que saber que debe oponerle a su enemigo una masa de
hombres tan grande como la que tiene el contrario. Para realizar esto no sólo
se necesita sentarse en una trinchera y pelear todo el día. También se necesita
un proyecto político que responda a esa acción militar. Por eso no estamos de
acuerdo con que la lucha es para el campo. No señor: creemos que la lucha
militar en el campo tiene que corresponder a un desarrollo militar en la
ciudad, como el desarrollo político en la ciudad tiene que corresponder
necesariamente a un desarrollo político en el campo. Si no es así, estamos
violando una regla elemental de la guerra. O sea esto: cuando usted haga un
golpe, el otro tiene que dar un golpe superior al suyo. Y después usted tiene
que responder en la misma medida. Y llegamos a un punto en que los extremos se
encuentran y se produce el famoso combate, la batalla definitiva en donde uno
de los dos perece, porque es inevitable. Nosotros creemos que en Colombia se ha
evitado el desarrollo de esa ley. ¿Por qué? Porque la lucha se da en el campo…
¿La guerrilla rural no es peligrosa?
Hablando de todo esto, el mismo Ejército colombiano lo
dice en sus materiales. Sí existen bandas, sí existen guerrillas, sí existen un
montón de cosas, pero eso no representa un peligro para el Estado ¿Por qué?
Porque el Estado tiene sus fuentes fundamentales de desarrollo y de crecimiento
en las grandes ciudades. Ahora, tenga en cuenta lo siguiente: yo no estoy dando
cátedra. Este problema que estamos analizando se solucionó hace siglos. Lo que
quiero decir es que nosotros, el M‑19 no está exento de errores. El M‑19 ha cometido en estos dos años muchos errores
en el desarrollo político‑militar rural. Nuestro desarro llo urbano es mucho
más público, pero falta la correspondencia entre el campo y la ciudad....
Bateman habla de estos temas con fluidez. Es digamos, una ametralladora analizando, casi que con detalles el tema guerrillero. Más adelante dice:
Perdóneme pero es que nosotros consideramos que
mientras no haya una unidad clara de proyectos políticos y militares entre las
organizaciones armadas de este país, sencillamente estamos alargando este chico
y estamos dando las posibilidades para que la burguesía colombiana siga
mangoneando y siga engañando al pueblo.
Lo que usted está planteando es la unión de todos los grupos guerrilleros nuevamente...
Sí, desde hace mucho rato, desde su nacimiento, el M‑19 está planteando esa unidad del
movimiento guerrillero. No sé si usted conozca las cartas que le enviamos al
comandante Manuel Marulanda Vélez y al comandante del ELN, donde les planteábamos concretamente la creación de
una junta coordinadora, o de un estado mayor que coordine las acciones
militares y políticas de la guerrilla.
Se conocieron públicamente las cartas, pero no las respuestas.
Desgraciadamente no han respondido.
¿Cómo va el desarrollo de la guerrilla rural del M‑19?
Creemos que la concepción va a depender mucho de lo
que la guerrilla, en general, pueda hablar sobre esto. Al M‑19 le va a quedar muy difícil
desarrollar su propia guerrilla rural, aunque el reto está hecho y lo hemos
aceptado como tal. Nosotros antes de un año tenemos que tener una fuerza lo
suficientemente fuerte como para enfrentar, ya no el desarrollo del M‑19, sino la ofensiva que nos va a
lanzar el Ejército colombiano para destruirnos.
Esa apertura hacia el campo ¿no se puede interpretar más bien como que, ante fracasos como el del Cantón Norte (robo de armas), el M‑19 se está replegando hacia allá?
No, porque nosotros antes del Cantón Norte ya
estábamos replegados al campo. Le repito nuevamente que hay un fenómeno
especial. Nosotros somos más rurales que urbanos, pero la gente sólo nos conoce
luchando en la ciudad. Ese es el problema.
Y llegó
la hora de las fotografías, Bateman tenía el peinado “afro” en su punto. Dejó
el lápiz con que se había escarbado la cabeza mientras hablaba de todas estas
cosas y salió al pequeño comedor de donde regresó con una camisa verde. La
vieja “Canon” estaba lista sobre un trípode endeble y les pedí que se
acomodaran en el altar que habían montado sus compañeros. Ibamos a posar y yo
debía caminar hasta la cámara después de cada foto, ponerle cuerda, pegar un
par de zancadas para ocupar el asiento que me dejaron libre y esperar el
destello del flash.
“Cortalatas” y el hombre del bigote se colocaron sus capuchas, aparentemente sin estrenar: fabricato negro el uno y blanco el otro; ametralladora en mano. “Estamos listos”, dijo Bateman.
“Cortalatas” y el hombre del bigote se colocaron sus capuchas, aparentemente sin estrenar: fabricato negro el uno y blanco el otro; ametralladora en mano. “Estamos listos”, dijo Bateman.
Puse la cuerda por primera vez, corrí al asiento y
Bateman con una cara muy seria comenzó a decir en tono de discurso: “Los
pollitos dicen, pío, pío, pío...”.
Fueron, no sé, unas 30 ó 50 fotografías muy similares,
muy posadas, en las cuales Bateman repetía la arenga a los pollitos, contaba
hasta veinte —también en tono de discurso—, o repetía parte de la letra de
algún bolero.
Les dije que podría ser más “movido” si hacíamos algo
en exteriores y se rieron: “No compañero, no nos pida cosas imposibles”, dijo
“Cortalatas”.
Una vez terminado el trabajo, recogieron el altar, lo
metieron entre una caja de cartón y pidieron que anotara los datos para el
mensaje al presidente Turbay, proponiéndole que permitiera una reunión en
Panamá con hombres notables del país.
Horas antes, cuando llegué allí me habían dicho que
ése era el motivo fundamental de mi captura. Tenían al parecer una carta
escrita pero yo les expliqué que los
periodistas no somos portadores o mensajeros de cartas. Que nuestro trabajo es
escribir y publicar en los diarios. Entonces acordamos que ellos me daban los
puntos, yo redactaba allá mismo el mensaje a manera de noticia y se lo
entregaba a ellos. Dijeron que lo llevarían a los principales diarios antes de
soltarme.
De acuerdo con esto, pasaron la mesa a la pequeña
habitación donde habíamos dormido y me alcanzaron una máquina de escribir,
portátil, papel y hojas de carbón para copia. Como faltaban varias horas para
salir de allá, les dije que además del mensaje, podía comenzar a redactar la
historia. Era un buen ejercicio que me permitiría contrarrestar un poco la
tensión
No obstante, Bateman respondió: “Le pedimos el favor
de no escribir nada más aquí, porque queremos que lo haga lejos, donde no se
sienta presionado. Diga todo lo que piensa de nosotros, no hay problema. Pero
por favor, mis palabras déjelas textuales”.
Ahora llevábamos sentados hablando frente a una
grabadora una noche, un día entero, otra noche... Imposible calcular la hora.
En ese momento la medida que tenía en la cabeza era el número de temas por los
que habíamos pasado. Treinta, tal vez treinta y dos. La madeja estaba
terminando y sólo faltaban unos pocos metros de “hilo” para finalizar. Lo único
que sabía era que corría la madrugada del 19 y que afuera estaba lloviendo.
Hablábamos de cristianismo.
Una de las cosas que me llevan a rechazar cualquier revolución, es el cristianismo. Yo soy católico y no quiero perder el sagrado derecho de transmitirle a mi hija, a mis descendientes, ese cristianismo, le dije a Bateman y él, después de dibujar una sonrisa entre sarcástica y de suficiencia, contestó:
Mire, somos una organización... por decir una palabra,
moderna. La prueba de que el M-19 no va a prohibir eso ni muchas otras cosas,
es que en nuestra organización militar hay sacerdotes de gran valor en este
país. Y no le digo la jerarquía porque es mejor no adelantarse.
¿Jerarquía pueden ser obispos?
Claro. Ojalá.
Hay obispos que simpatizan con el M-19?
Sí. Yo le contesto que los hay: entre uno y diez, como
dice el “Comandante Uno”. Nosotros
creemos que aquí hay sacerdotes que están comprendiendo que Colombia tiene que
seguir siendo católica. Pero el problema no es que el pueblo deje de ser
católico. Para nosotros el problema real es el del hambre, el de la salud, el
de la educación.
Si la gente quiere seguir yendo a misa, que siga yendo
a misa. Otra cosa es la situación de los curas. Si usted no conoce a los
curitas de pueblo, vaya al Caquetá, vaya a los pueblos lejanos —y aun a las
grandes ciudades— y mire cómo viven. Son curas que no tienen ayuda estatal
absolutamente para nada. Tienen que vivir de la limosna pública y nosotros
pensamos que eso no debe ser así, que el Estado debe ayudarlos porque su labor
es popular. Ellos están movilizando al pueblo, concientizándolo, organizándolo.
Hasta allá vamos nosotros... Por eso cuando usted vaya a educar a su hijita,
nosotros le decimos: ojalá esa educación la puedan recibir todos los hijos de
este país, aunque sea una educación cristiana.
Bateman hace una pausa que es aprovechada por uno de los hombres que lo acompañan para decir:
Somos una organización salida de nuestro pueblo y ese
pueblo tiene una tradición católica. Nosotros hemos sido criados y formados en
hogares católicos. Por eso gran cantidad de miembros, e incluso hombres de la
dirección del estado mayor del M‑19 , son
católicos practicantes .
Bateman continúa engarzando frases, atando ideas.
Ahora, lo que nosotros no admitimos es que se persiga
a alguien porque no es católico. Con eso no estamos de acuerdo. Es que ésta es
una organización donde las ideas fluyen con una gran libertad. ¿Usted sabe que
el Comandante Uno es católico? Pero no comulga. Y así hay cientos de miles de
colombianos que no comulgan. Y no lo hacen no es porque no crean en Dios, sino
porque les preocupa mucho que un sector de la jerarquía eclesiástica esté
colaborando con la gran oligarquía. Yo creo que es una vergüenza que el
patriarca de este país sea un general de la República. Y el Santísimo Papa
tiene que responderle a este pueblo el por qué ese patriarca, que debe ser como
un Dios para nosotros, está bendiciendo
las bayonetas que van a sacrificar al pueblo. La Iglesia Católica tiene
que tener mucho cuidado —por lo menos su jerarquía—, porque el pueblo católico
es el que está sufriendo
¿Qué le exigen entonces al Cardenal? ¿Que muera como el de El Salvador? ¿Que se haga matar?
No. No que se haga matar pero que sí esté con el
pueblo. Es el pueblo de Cristo, no se le olvide, y Cristo siempre que salía a
agitar a las masas, salía era a agitar a los pobres. A los ricos les daba
latigazos. La Iglesia no puede estar comprometida con la oligarquía y en este
país, por eso mismo, la inmensa mayoría de curas está con el pueblo.
¿Está seguro de eso?
Yo estoy absolutamente seguro. Los grados de
comprensión son diversos, pero yo creo que la Iglesia Católica está cada día
más con el pueblo. Por eso no es casual que un tipo como Camilo Torres haya
surgido como una gran figura política. Y Monseñor Romero en El Salvador no era
ningún político. El señor era el representante de Cristo en ese país, y lo hizo
al pie de la letra y por eso lo mataron. Y usted lo sabe muy bien: a él no lo
mataron por agitador político, sino por pacifista. Por traer a la tierra las
ideas de Cristo.
Se ha publicado con insistencia que en el M‑19 hay tupamaros y montoneros. ¿Qué influencia uruguaya y argentina tienen ustedes?
Ese ha sido el caballito de batalla de la derecha y de
la izquierda. Unos porque consideran que la presencia de un latinoamericano en
nuestro país es un acto de lesa injusticia, cosa que nosotros rechazamos de
plano. Creemos que el que quiera venir a luchar a Colombia bajo los principios
nuestros y bajo la disciplina nuestra tiene un puesto de batalla como lo hizo
el Libertador, como lo hicieron en sus campañas venezolanos y peruanos. Aquí al
lado del Libertador lucharon ingleses, franceses. Ahora uruguayos y argentinos,
no creo que exista en el M‑19 la cantidad
que dicen... Yo creo que en este momento hay un muchacho uruguayo. No estoy muy
seguro.
¿Está en la Embajada de República Dominicana?
Yo creo que sí. Ese compañero debe estar en la
Embajada. Es un compañero casi colombiano porque hace muchos años vive aquí...
Pero volviendo al comienzo le digo que la izquierda nos critica que nosotros
copiamos la metodología del funcionamiento de los Tupamaros, fundamentalmente.
Nosotros rechazamos esa afirmación porque no es cierta. Las condiciones del Uruguay son muy diferentes a
las de Colombia y ni las prácticas ni la concepción del M‑19
han sido las de los Tupamaros. Ellos tuvieron un desarrollo totalmente
diferente y las consecuencias hasta ahora —la práctica lo demuestra—, han sido
totalmente diferentes a las nuestras. Eso no significa que nosotros no
estudiemos, no evaluemos la experiencia tupamara. No. La tenemos muy en cuenta
y tratamos de no cometer los errores que cometieron ellos. Pero
fundamentalmente yo creo que lo que prima es que la situación de los dos países
es totalmente diferente. Aquí en Colombia por ejemplo existen guerrillas hace
muchos años. No estamos inventando el movimiento guerrillero. No nos declaramos
los portadores de la experiencia urbana guerrillera. En absoluto. Creemos que
hay otros grupos que dieron los primeros pasos en el desarrollo de la guerrilla
urbana
Hay problemas en El Salvador, hace poco en Nicaragua; en Guatemala las cosas no van bien y en Colombia sabemos lo que sucede en cuanto a orden público. Por eso uno piensa en lo que ha sostenido el Gobierno: que se trata de una campaña orquestada por la subversión internacional para alterar a este continente.
Bueno, eso mismo dijo el Gobierno de Guillermo León
Valencia entre 1962 y 1966. En ese momento se sabe que hubo un aumento de la
lucha guerrillera en América Latina y se le echó la culpa de todo a Cuba.
Nosotros creemos que esto no es ninguna campaña. Es que los pueblos van aprendiendo,
van avanzando. Pese a los fracasos, pese a los golpes, la gente asimila y
vuelve hacia adelante... Las pérdidas que se hayan podido producir en Argentina
o en Uruguay o en Chile o en Brasil no sucedieron en vano. Todos hemos ido
aprendiendo de eso. Este continente se hermana y unos aprenden de otros la
importancia de cada experiencia. Lo que pasa es que cuando en el sur del continente
comienza el descenso de la ola revolucionaria en la parte norte aparece un
ascenso. Esa es la dialéctica de la lucha en América Latina. En el fracaso de
Chile, por ejemplo aprendimos cosas muy importantes, como que no hay lucha de
masas sin lucha militar: no puede haber armas sin masas
Le pregunté a Bateman qué hora tenía y levantó el brazo perezosamente. Miró el reloj y antes de decirme que eran las tres y media de la madrugada, comentó: “Maestro, el hombre que no sabe en qué horas vive, tampoco sabe para dónde va su vida. ¿Usted por qué no usa reloj?”
Porque no me gusta pelear contra las horas. Esa pelea
termina por tensionarlo a uno.
En cambio a nosotros no. Fíjese que cualquier
operativo que hagamos puede echarse a perder por una falla de uno o dos
segundos. Lo de la Embajada, por ejemplo: los compañeros que planearon y ejecutaron
los últimos pasos de ese operativo tenían calculado, con minutos y segundos,
todo lo que se iba a hacer el 27 de febrero. Inclusive —óigame bien—, inclusive
la hora de levantada de los comandos, el tiempo que tenían que gastar para
bañarse, para afeitarse, para atravesar ciertas calles, para entrar al sitio. A
mí nunca me ha angustiado el reloj. Es asunto de disciplina. Claro, lo que pasa
es que la vida de ustedes, es diferente. Me decía uno de los comandantes del
operativo que hicimos con Pacheco y con Yamid Amat, que los horarios de los
periodistas que escogimos para “invitar” aquí, eran de una anarquía del carajo
¿Cómo fue ese operativo?
Hombre, a ustedes los siguieron por bastante tiempo,
tratamos de establecer sus horarios de salida y entrada a la casa, de salida y
entrada a la oficina, al bar, al restaurante... No le digo a dónde más seguimos
a algunos, porque me van a decir morboso... Es que el hombre, definitivamente
es una máquina. Mecaniza sus rutinas. Claro ustedes se salen mucho de estos
moldes.
¿Quiénes estuvimos en su “operativo”?
Ya le dije de dos. No le puedo seguir contando.
¿Por qué?
Secreto de estado.
Tres horas después de haber llegado a aquella casa, alguien golpeó en la puerta de la salita. Abrió el hombre del bigote, habló algo en voz baja, llamó a Bateman, parlamentaron unos minutos y luego se rieron. Bateman volvió al asiento que ocupaba y me dijo:
Siento mucho que vaya a estar solo con nosotros. Le
teníamos una sorpresa que era la compañía de Pacheco, pero se le fue de las
narices al comando que lo iba a “invitar”. Parece que un semáforo fue el de la
culpa.
¿Un semáforo? ¿Por qué?
Se les metió en una zona a la que ellos no debían
entrar por razones de seguridad.
¿Y por qué Pacheco?
Porque Pacheco quiere a los niños y un hombre que
tiene eso, es un hombre bueno, un hombre justo. Pacheco es un hombre de nuestro
pueblo y nosotros lo admiramos.
Pero volviendo al tema del reloj, Bateman me explicó que había acabado la entrevista.
Por ejemplo —dijo—, usted debe salir de aquí,
exactamente dentro de dos horas. Los compañeros que lo van a llevar a la ciudad
saben cuánto durará el viaje, si no hay problemas por el camino. Saben cuánto
hay desde aquí hasta el primer desvío, cuánto van a durar atravesándolo a una
velocidad determinada; en qué lugares es posible que haya retenes móviles... Y
al llegar a Bogotá ya está establecido por qué calles van a transitar. Van a
ser muchas. Usted debe llegar a "EL ESPECTADOR". Lo van a dejar a un punto determinado y allí debe tomar un
taxi y seguir para "EL ESPECTADOR".
¿Por qué allá?
Porque hay periodistas como desde la cinco de la
mañana. En otros diarios llegan más tarde. Ustedes duermen mucho por lo
general... Si hay alguna emergencia tiene que obedecer en forma inmediata las
instrucciones de los compañeros. Haga todo, exactamente todo, como ellos se lo
digan. A nosotros no nos conviene que le pase a usted absolutamente nada.
Claro, esperamos que todo vaya normal a pesar de que la ciudad debe estar
totalmente militarizada. Ahora vayámonos a descansar unos minutos. No se
preocupe que nosotros lo despertaremos en el momento exacto.
Necesito un remate
Bueno, pero es que ya se me está secando la
garganta... Pero está bien. Jalémosle al remate. ¿Por dónde lo quiere?
Nosotros, —ya lo hemos dicho hasta la saciedad—, somos
demócratas nacionalistas porque creemos que esa es la línea de América Latina.
Después de la revolución cubana, que conmovió los cimientos de estas sociedades
porque fue la más profunda en cuanto a democracia se refiere, vino Nicaragua.
Los nicaragüenses no son sino los continuadores de una lucha que lleva
cincuenta años. Y nosotros, el M‑19
aquí en Colombia somos los continuadores de una gran idea gaitanista. Pensamos
en un gran país donde la democracia no sean la oligarquía liberal y
conservadora, sino un país donde esa democracia sea la de un pueblo liberal,
conservador, comunista, socialista. Un nacionalismo sano, un nacionalismo
popular, revolucionario porque nosotros pensamos que hay que revolucionar este
país. Sin ningún temor.
Bateman había mencionado a Gaitán muchas
veces durante la charla y algunos días después, hablando con su madre le
pregunté por eso. Me dijo que sí, que él hablaba mucho de Jorge Eliécer Gaitán
desde muy joven. “El Tuerto”, que fue uno de sus profesores —señaló— parece que
les habló en alguna clase lo de la matanza de las bananeras y entonces él se
interesó mucho por el tema. Leía mucho.
Parece que el pasado de Bateman se haya esfumado. En
su casa materna me dicen que no hay fotos de su infancia, ni de la juventud. Ni
cuadernos de su época de estudiante. Sin embargo la señora se quedó pensando un segundo y dijo: “un momento, por algún lado debe haber lo
único que dejó Jaime hace tiempos. Es un librito. Déjeme se lo busco”.
La señora apareció diez minutos después con una
edición pequeña y amarillenta de “La masacre en las bananeras.
Es el discurso de Gaitán en el parlamento colombiano
el 3 de septiembre de 1930.
Mírelo bien —dijo la señora— porque hay algunas
páginas con subrayados que hizo el mismo Jaime. Él leía todo lo de Gaitán.
Apenas abrí el librito lo primero que vi, encerrado
entre líneas fue esto:
El Decreto número 4 del jefe civil y militar de la
Provincia, Carlos Cortés Vargas...”. En tres artículos de ochenta palabras
declaraba a los huelguistas cuadrilla
de malhechores y facultaba al Ejército para matarlos a bala.
En las páginas 18 y 19, Bateman había subrayado esta
frase del discurso de Gaitán:
“Parece que ciertos hombres y ciertas multitudes no
reaccionaran ante las ofensas; ante la conculcación de sus derechos y se cree
que no es el caso de temérseles porque permanecen tranquilos. Temedle a esas
multitudes tranquilas que parece no reaccionaran”.
Y luego esta:
“Las grandes revoluciones han sido realizadas por las
turbas que parecían más conformes con el estado ambiente...”.
Bateman me había dicho esto de la revolución:
Mire, cuando le hablen de revolución, no le tenga
miedo a una cosa que es muy sencilla. Es que la oligarquía le ha enseñado a
estos pueblos que la revolución es un desastre y que la revolución es una
hecatombe. Pero el pueblo piensa lo contrario porque para él la revolución es
una gran fiesta... Es sentir por primera vez su poder, mancillado, frustrado
decenas y decenas de años. Para nosotros la revolución no es el problema de las
armas, sino el problema de las masas, del pueblo. Resuelto eso, ojalá no
tengamos que utilizar las armas. Para nosotros las armas no son un asunto de
principios. Aún más: consideramos que utilizarlas es a veces doloroso. Somos
pacíficos por principio. Porque amamos a nuestro pueblo, queremos vivir en paz,
vivir bien y somos pacíficos además, porque a ningún pueblo del mundo le gusta
la guerra. Al pueblo lo llevan a la guerra; lo obligan a la guerra. Somos una
vanguardia revolucionaria e interpretamos el sentimiento de un pueblo y desde
hace mucho rato le estamos diciendo a este Gobierno, “por Dios evítenos la
guerra” y usted ve cómo hablan ellos todos los días: “no, es que éste es un
país en guerra”.
Pero además creemos que hay que armarse porque no
queda otro camino, pues la oligarquía nos obliga a recurrir a las armas y
porque esto no lo vamos a arreglar si no nos organizamos, si no nos unimos, si
no nos armamos. Gaitán fue baleado por la oligarquía colombiana porque quería
la democracia, no más. Esa era la revolución que él quería, y se armó y usted
sabe cuál fue la respuesta popular. Fue la indignación armada, desorganizada,
pero armada. Y entró el país en una violencia que todavía dura y que no ha sido
superada. La diferencia es que ya no es una violencia entre liberales y
conservadores. Ya no es una violencia entre hermanos. Cada día es más claro que
ésta es una violencia entre pobres y ricos; entre demócratas y anti‑demócratas.
Entre torturadores y respetadores de los derechos humanos. Entre oprimidos y
opresores. Entre personas que no tienen nada que perder y personas que tienen
mucho que perder. Esa es la guerra planteada. Si la podemos evitar, pues vamos
a hacer todo lo posible y esas proposiciones que le estamos haciendo a usted
para que las transmita, son serias. Nosotros le hemos dicho a Turbay varias
veces: “Retroceda en el camino represivo que lleva usted y nosotros
retrocedemos, porque en política el principio no es la guerra sino la paz”. En
la medida en que él impulse la represión contra el pueblo, en la medida en que
el pueblo sea torturado, en la medida en que el pueblo pase más hambre, no
tenga posibilidad de educarse, de mantener un buen nivel, en esa misma medida
se están creando las condiciones para el desarrollo, que para esta época va a
ser popular, liberadora, y nosotros vamos a estar ahí. Y usted también, con su
Renault y su apartamentico.
Creo que dormimos una hora. El hombre del bigote
golpeó en la puerta y “Cortalatas” abrió con una rapidez impresionante la
cremallera de su talego de dormir: “¿Qué hay?”
Nos vamos compañero. Despierte al periodista. Bateman
ordenó encender la luz con voz perezosa. Bostezó y abrió hasta la mitad la
cremallera del suyo. Se sentó y mientras yo me ponía los zapatos y la chaqueta,
se quedó mirándome con cara de burla. “Póngase teso, compadre. Temple esos
nervios”, dijo, y luego estiró el brazo, se quitó el reloj y me lo alcanzó.
“Se lo regalo como recuerdo de esta entrevista. Tiene una historia bonita. Era del muchacho que murió en la Embajada. Lo había dejado en algún sitio antes de salir a la toma y los compañeros, al saber de su muerte, me lo llevaron como un trofeo”.
Afuera amanecía.
1- Jaime Báteman Cayón aparece por primera vez ante los colombianos, a través de la entrevista que concedió al periodista Germán Castro Caycedo. Eran los días finales de la toma de la Embajada de la República Dominicana por parte de la columna “Jorge Marcos Zambrano” del M-19. Nota de Darío Villamizar Herrera.
Textos tomados de: “Jaime Bateman: Profeta de la Paz”
de Darío Villamizar Herrera.
Fotos tomadas de www.oigahermanohermana.org y editadas por Gente Eme.
Un fuera de serie, un real dirigente popular!
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