miércoles, 19 de abril de 2017

“Yo soy el comandante general del M-19”

Entrevista a Jaime Bateman Cayón
realizada los días 18 y 19 de abril de 1980

por Germán Castro Caycedo (1)

En estos momentos a la organización, al M –19, no le asusta que doscientos compañeros nuestros estén presos. Nosotros creemos que ése es el precio que se paga en la lucha por la libertad.
Mire: lo de la Embajada ha llegado mucho más allá. Mucho más. Por eso en este mismo momento ya no nos interesan los presos políticos —y parece un poco duro decirlo— porque ellos ya saben qué suerte van a correr. El asunto, en este momento, son sesenta y ocho mil presos que según el Ministro de Justicia están en las cárceles del país. Vaya allá y averigüe por qué está encerrada toda esa gente. Pregunte por qué la gente tiene que robar. Averigüe en los barrios populares por qué a las ocho de la mañana tienen que salir con un cuchillo a conseguir el desayuno. Vaya y me cuenta qué le responden... Ese es el problema central

Entonces, ¿qué es ir más allá de la liberación de presos?

Ya le dije que lo de la Embajada planteó un problema central  muy claro, y es que en Colombia no hay democracia. Que el estado de sitio nos está asfixiando desde hace treinta años. Y creemos que mientras el país continúe así se van a profundizar los problemas, porque el pueblo no puede continuar amarrado. No es posible. Los canales democráticos están cerrados... Ahora, resuelto el problema central que ha planteado la toma de la Embajada ante Colombia y el mundo, hay ya un buen punto de partida para resolver muchos problemas. Ahora, que los compañeros salgan en libertad, eso sería lo ideal para nosotros. Pero si no salen —como no van a salir— ese es un grupo de cuadros muy cualificados que saben manejar muy bien esa situación... Yo le digo otra cosa: hasta hoy nos han detenido a decenas de militantes y a pesar de eso, el  M‑19  no está destruido. Y ¿sabe por qué? Porque esto se reproduce. Y se reproduce porque el pueblo está con nosotros

Ahora no estoy en muchas condiciones de exigir, pero le voy a decir una cosa: eso me suena a demagogia.

Pues sí, porque eso es lo que siempre han dicho los políticos. Pero el problema es quién lleva las cosas a la práctica. Nosotros en cambio lo estamos demostrando, lo estamos practicando. Esa es la diferencia; nosotros hablamos de democracia; los gamonales hablan de democracia. Nosotros hablamos de paz; los gamonales hablan de paz... Pero, en la práctica. ¿quién se juega la vida por lo que está pensando? Le voy a decir otra cosa: cuando nosotros hablamos de un proyecto democrático, estamos hablando en serio. Y cuando decimos que vamos a respetar la vida de la gente, y vamos a respetar los intereses de la gente, la propiedad de la gente, lo estamos diciendo en serio. Pero, nosotros, la propiedad de los grandes monopolios no la vamos a respetar. Sencillamente porque eso es anti‑democrático.

Bateman es un costeño casi tan alto como la puerta. Lleva parte del “afro” embutido en una gorra negra de beisbolista, que tiene engarzado al frente un escudo de Colombia. Le pregunto a uno de los dos guerrilleros armados que lo acompañan sin abrir la boca y me explica que nadie más en su organización lleva el escudo. “Era de la gorra de un oficial del Ejército”.

Había entrado en esa pieza una media hora antes. Me encontré con Bateman frente a frente y luego de preguntarme cómo me había ido en el “viaje”, explicó:

Yo soy el Comandante General del M‑19.

Y entonces ¿Toledo Plata?, le respondí.

Yo tengo un grado superior a Toledo Plata. Soy el Comandante.

Entonces, ¿por qué se le ha hecho tanta publicidad a Toledo?

Porque él es una figura política. El es una figura conocida y su personalidad ayuda mucho a que se destaque dentro de la organización. Toledo Plata ha sido un hombre entregado desde hace muchos años a la lucha revolucionaria. Y es una de las personas que más cuidamos.

¿Cuánto tiempo me van a tener aquí?

Unas treinta y seis horas. Hago una concesión porque usted es periodista... Yo nunca permanezco más de veinticuatro horas en un  mismo sitio. ¿Sabe una cosa? El Ejército tiene una brigada de cien hombres solamente para buscarme a mí. Y tienen un doble mío. Yo lo sé.

¿Cómo organizaron lo de la Embajada?

Yo creo que la idea de esa operación surgió cuando la organización fue duramente golpeada. Cuando la toma de las armas al Cantón, mucha gente creyó que había llegado el final de este país, pero al poco tiempo nos dimos cuenta de que el país reaccionaba. Se realizó el foro de los derechos humanos. Entonces nos dimos cuenta que el país tenía fuerzas potenciales muy grandes y que había que moverlas, que había que organizarlas.

El foro de los derechos humanos nos hizo dar cuenta que la democracia no estaba perdida en este país. Que sí había posibilidades de salvarla. Y entonces desde ese momento empezamos a pensar no sólo en nuestros presos sino en que había que hacer una denuncia mundial para que la gente supiera que aquí, en un país con una democracia formal, con una gran democracia, se estaba cocinando la dictadura más feroz de América Latina. En ese momento estábamos luchando contra el poder de la mentira. Cuando decíamos “hay torturas”, la gran prensa decía “no hay torturas”. Contra esa mentira, la lucha es muy desigual. Entonces dijimos, “hay que poner sobre el tapete quién es el mentiroso”. Pero eso no lo podíamos hacer sacando un comunicado. Usted que es periodista sabe qué pasa con las organizaciones armadas cuando no están respaldadas en hechos como el de la Embajada. O si no, yo le pregunto, ¿usted qué hace con los comunicados de las organizaciones armadas cuando le llegan a su periódico? Qué hace..

Volvamos a lo de la Embajada.

Estamos en eso: partiendo desde los puntos de vista que le expliqué, escogimos la consigna: “democracia y libertad”, porque ese es el  programa  nuestro. Así, sin vericuetos. Logrado eso, incluso el  M‑19  puede desaparecer... Entonces empezamos a organizar los comandos, en condiciones de represión muy fuertes. Eran unos comandos que debían tener una preparación muy especial. Aunque ninguno es James Bond. Ahí no hay James Bond. Y esto se lo digo con claridad, porque estas operaciones las puede hacer cualquier colombiano que crea en la democracia. Estas no son operaciones superespeciales. Otra cosa es que aquí haya gente que quiera dar la impresión de que eso solamente lo pueden hacer unos hombres de allá, del exterior. No. Los de la Embajada son hombres y mujeres de carne y hueso, que sufren, que aman, que lloran y que tienen familia, que tienen hijos... Lo demás, lo que ha sucedido luego, lo saben más ustedes periodistas que nosotros que estamos totalmente desconectados de la Embajada.

Se habla de que ustedes tuvieron un contacto dentro de la Embajada para organizar la toma...

Sí. Eso es así. Pero antes de contarle cómo fue, le voy a decir nuevamente: lo de la Embajada comenzó por una necesidad fundamen­talmente política, antes que pensar en sacar presos o conseguir dinero. Nosotros teníamos dos posibilidades: una, la toma de la Embajada de República Dominicana el 27 de febrero, o la toma de la Embajada del Japón para el 21 de abril. Escogimos el 27 porque consideramos que por su ubicación, por el momento político y por necesidades ya de orden interno de la organización, era preferible hacerla ese día.

¿Y qué pasó con el informante?

Realmente hay un informante. Y un informante que es una persona de mucha importancia.

¿Alguien del cuerpo diplomático?

No. Realmente no, pero sí es una persona muy importante con la cual siempre estaremos agradecidos, pues supo darle la importancia que tenía la acción.

¿Informante, en qué sentido?

En el sentido de darnos los datos que necesitábamos para poder penetrar en la Embajada. Decirnos quiénes iban a esa fiesta. Decirnos el momento en que debía entrar el comando.

¿El informante es del nivel de aquel muchacho Tito Livio de que habló la prensa?

No. En absoluto. Es una persona totalmente ajena a la Embajada. Nosotros sabíamos las cosas, pero a alto nivel.

¿Quién era el muchacho que murió en la toma?

Él venía de medios bastante populares, como la mayoría de nuestra oficialidad... Los compañeros no estaban enterados de la acción que se iba a ejecutar. En las semanas anteriores los comandos, por separado, hacían ejercicios, tomaban forma atlética, un estado sicológico de acuerdo con el trabajo que iban a ejecutar. Las prácticas de orden interno fueron intensas.

¿Qué es orden interno...?

Tiene como fin el ordenamiento y cumplimiento inmediato de cualquier orden y es necesario mecanizar muchas cosas, especialmente el oído. ¿Por qué? Porque en un momento dado la orden tiene que ser impartida inmediatamente y ejecutada sin vacilación alguna... El día 26 por la tarde fueron concentrados todos los grupos. Era la primera vez que se veían entre sí. En esa reunión se les dijo por primera vez en qué consistía el plan. Quedó claro que después de la reunión el plan era ése y no otro. Para evaluar al personal se le pedía la opinión a cada uno y se dejó en claro que su participación sería voluntaria. Nadie se echó atrás. Las manifestaciones fueron de júbilo. Luego, uno por uno de ellos habló. Estaban orgullosos de haber sido escogidos para ese operativo.  Pero —y le digo que es verdad—  la intervención que más nos emocionó a todos fue la de él, la del compañero “Camilo”.

¿Usted recuerda palabras textuales?

Sí. Él dijo: “Para mí, participar en una acción en la cual podrá obtenerse la liberación de los presos políticos, donde podrá desenmascararse este régimen del cual yo he sido una víctima a través de mi familia, de las condiciones de mi familia, es un honor. No sólo participar, sino morir, así sea antes de entrar. Eso será una gloria para mí”.

¿Cuántos años cumple pasado mañana el M‑19?

Se especula que nació en 1970. No es cierto. El M‑19 fue un proceso muy rápido de organización de personas que confluyeron en una misma idea. Personas que venían cansadas de luchas estériles dentro de la izquierda. Cansadas de ideologías, de botar corriente sobre lo que pasó o sobre lo que no pasó en otros países, pero sin preocuparse mucho por lo que sucede en Colombia. Inicialmente nuestro proyecto era sencillo: lograr la unidad de los grupos revolucionarios del país. Una preocupación común... Se encontraron sectores que venían del ELN, del EPL, de las FARC, de la ANAPO.

¿Quiénes fueron los fundadores?

Son bastantes personas, un número grande, pero los más destacados son Andrés Almarales, Iván Marino Ospina, Carlos Toledo Plata...

¿Dónde arranca el M‑19?

Prácticamente en el año setenta y tres... Ya en el año 74, por la asociación que hubo con personas como Andrés Almarales o Carlos Toledo Plata, se produjo un engarce bastante positivo, porque ya el problema no era de armas ni de dinero, ni de organización. Era de masas. Eso lo resolvimos interpretando un sentimiento al interior de la  ANAPO .

¿Cómo comenzaron financieramente?

Nuestro concepto era que nosotros teníamos que hacer una organización que resolviera los problemas que la izquierda no había podido resolver a nivel militar. Pensábamos que la política en Colombia había que hacerla no sólo con movilización de masas, con concientización de masas, sino armando a las masas, como un derecho elemental frente a lo que había sido un gran fraude electoral... Nosotros nos financiamos quitándole el dinero a los grandes oligarcas de este país. Inicialmente necesitábamos poco dinero. Ese período del 73 lo resolvimos con dos, tres bancos. El año 73 fue cuando nos organizamos, nos  armamos y comenzamos un trabajo muy intenso hacia el interior de la  ANAPO . Pese a que había gente de izquierda, fueron bases muy populares.

En el año 74 no hicimos acciones de envergadura. Cuando el M‑19 se lanzó a apoyar la candidatura de María Eugenia, pese a lo que digan, era una organización muy pobre económicamente. El presupuesto para ese año no fueron más de cien mil pesos... La campaña de lanzamiento de la organización a través de la prensa no nos costó más de 60 mil pesos. En cambio nos reportó una gran expectativa.

¿Cuándo se volvieron ricos?

Nosotros nos volvimos ricos realmente con la detención de Cooper, el gerente de Sears. ¿Cómo se llamaba Cooper?, le pregunta  a uno de los dos hombres armados que están a su lado. Estos piensan y por fin uno da en el clavo: ¡Donald Cooper! Luego continúa:

Fue la primera vez que la organización tuvo un presupuesto bastante alto: más de un millón de dólares. Eso hizo que las arcas estuvieran repletas para desarrollar el presupuesto político con mayor profundidad

¿Esos dineros se invirtieron en empresas, en autos, en casas...?

Bueno, fundamentalmente se dedicaron a la actividad política. A los gastos que significaba desarrollar en la ANAPO esa concepción. Seminarios, periódicos, viajes, manifestaciones. Nosotros aportamos bastante a la ANAPO en cuanto a su movilización y organización. No le puedo decir ahora cuánto dinero, pero fue bastante. Lo otro era la infraestructura del M‑19. Mire una cosa: el M‑19 nunca fue una organización de la ANAPO, sino algo independiente de la dirección de ANAPO. Pero era anapista. Compartíamos los principios de la ANAPO...

¿Luego de lo de Cooper, fueron creciendo esos fondos?

Bueno, eso nunca fue una situación pareja. Usted sabe que un millón de dólares es mucha plata. Tal vez es el secuestro más grande que se ha hecho en Colombia, y el dinero nos alcanzó por mucho tiempo. Yo creo que todavía tenemos dinero de eso. Todavía quedan retazos de esa plata.

Me llamó mucho la atención, la cantidad de carros, la cantidad de bienes raíces que cayeron en poder del Ejército a partir de enero de 1979. ¿Usted en cuánto calcula, digamos, esas “pérdidas”?

Se ha exagerado mucho. Fue que cayeron cárceles que no eran nuestras, cayeron carros que no eran nuestros. En esa locura persecutoria del Ejército cayó mucha gente que ni siquiera nosotros conocemos. También el Ejército ha montado una infraestructura completa, casi que una novela, sobre lo que era el M‑19. Nosotros respondemos realmente por cuatro cárceles del pueblo: dos en Bogotá, una en Cali y una en el Caquetá.

Báteman miró su reloj. Eran las tres de la mañana del 18 de abril de 1980. El segundo de sus acompañantes era un rubio de pelo crespo de frente muy amplia. Su nariz era parecida a un cortalatas y hacía juego con la caja de dientes, desde luego más grande que la boca. Desde las primeras horas de esa noche yo había conocido parte de la casa: un baño al cual podía ir solamente luego de dar aviso. Entonces uno de los acompañantes de Báteman se ponía de pies, salía primero y yo sentía que alguien caminaba y cerraba otra puerta. Al otro lado un comedor casi tan desnudo como la salita donde hablábamos: una mesa y cuatro sillas ordinarias. Dos cajas de cartón en una esquina. Otra cortina de tela gruesa y otra puerta. Afuera debía haber otra casa en la que se escuchaba permanentemente un aparato de radio. Cuando venían con la comida se escuchaba funcionar esa puerta. Detrás de ella un perro pequeño ladró buena parte del tiempo.

Diez minutos después de las tres, dijeron que había algunas horas para dormir. Salimos al pasillo y entramos a una pieza muy pequeña que había frente al comedor. En el suelo acomodaron tres talegos de dormir. “El del centro es el suyo”, dijo Báteman que había tomado la ametralladora que permaneció recostada en una esquina de la salita durante la charla. Volvió a salir y apareció con dos pistolas, dos cajas de balas, dos granadas grandes y dos pequeñas: “éstas se llaman guayabitas y las más grandes son las M‑26, dijo. Colocó todo a los lados del talego, acaso calculando que quedaran muy cerca de sus manos, se quitó los zapatos y se metió dentro. Antes de cerrar la cremallera (del talego), revisó las armas: 

Este es el FAL 5.56, me explicó. Es un arma muy bella. Dispara treinta tiros calibre 22. El calibre 22 no es muy grande ¿sabe? Pero la concepción moderna de la guerra lo ha hecho imponerse. Mire esta bala, agregó, alcanzándome una. ¿Sabe por qué son tan delgadas? Salen con mucha velocidad y generalmente no pasan de herir. Pero hoy en la guerra se le hace más daño al enemigo, hiriéndole la gente que matándosela. Imagínese para un país qué es mayor problema en una guerra: ¿mil heridos? o mil muertos. Yo creo que mil heridos es un lío del carajo... Este FAL lo sacamos del Cantón en diciembre de 1978... Tiene muchas ventajas, por ejemplo su peso: dos kilos solamente. Uno lo puede llevar a todo lado. Es bueno para cualquier topografía.

Al lado derecho se acomodó el hombre de la nariz de cortalatas. Tenía también cuatro granadas, dos pistolas, una o dos cajas con balas y otra arma que, me explicó, era una ametralladora Thompson.  “Es más pesada, la bala mucho más grande y el impacto destroza lo que encuentra. Esta sí no hiere... pero claro, es un burro de ametralladora y se complementa con la que tiene el comandante”.

El tercer hombre había desaparecido. El encapuchado y la “compañera” que traía la comida, también. Antes de apagar la luz, Bateman acarició el cañon de su FAL y comentó:  “Es una pendejadita...”, y “Cortalatas” completó la idea:  “Y saber el daño que hace”.  

Comandante, le dije, ¿qué cree que le suceda el día que caiga en manos de las autoridades?

Sí sé por lo que han dicho ellos...

¿Quiénes son ellos?

El enemigo. Yo lo he sabido a través de muchos compañeros que han sido torturados por no decir dónde estoy yo. Y son muchos los que han torturado por eso. Nosotros, como conocemos la organización sabemos quiénes son los delatores... Bueno, el enemigo ha dicho con mucha claridad que yo seré ajusticiado y a mí no me cabe la menor duda de que si les doy oportunidad me matan. Claro que yo creo que cuando uno tiene esa claridad, también está dispuesto a lo peor. Yo creo que toca correr el riesgo. Y es mejor correrlo que ser asesinado sin ningún tipo de resistencia.

Durante las últimas horas de la charla de esa noche Bateman había hablado de los sistemas de financiación del M‑19. De sus empresas y del túnel a través del cual sacaron las armas del Ejército, en diciembre de 1978:


Un movimiento de este tipo tiene invariablemente que ser manejado, en la parte financiera, como una empresa capitalista cualquiera, explicó. Nosotros a lo mejor invertimos en certificados de cambio, en acciones de muy grandes y muy conocidas empresas del país, en papeles del mercado extra‑bancario. Hacer la guerra, hacer la revolución cuesta mucho dinero. Y tenemos nuestras empresas propias. Empresas legalmente constituidas que dan buenos dividendos. Mire una cosa: si no fuera por este tipo de organización, no habría sido  posible realizar   operaciones como la de las armas. En ese momento, hablo de 1977 y 1978, una de las empresas de la organización que mejor funcionaba era Produmédicos Limitada: importación y distribución de materiales, instrumental, aparatos para medicina. Produmédicos era una empresa que movía mucho dinero, y por lo tanto gozaba de un gran crédito bancario. Era muy puntual en sus obligaciones con tarjetas de crédito, cuentas corrientes en agencias de viajes (pasajes), clientes, etcétera. A diciembre 31 de 1978 las utilidades líquidas con que Produmédicos financiaba a nuestra organización eran del orden de 150 a 200 mil pesos mensuales. Estaba gerenciada por Rafael Arteaga y Esther Morón de Arteaga que con su personalidad completaban la empresa: pinta de burgueses, gente que vivía bien y que era respetada en los medios comerciales

Para realizar la operación del Cantón nosotros tuvimos que quemar esa empresa: necesitábamos un préstamo bancario —no recuerdo qué banco lo hizo—, necesitábamos comprar la casa donde se inició el túnel y necesitábamos comprar toda la maquinaria, herramientas y hasta camas y comida para los compañeros que iban a trabajar en el túnel. Una organización que no hubiera contado con una empresa tan legal y con tan buena imagen como Produmédicos, no hubiera podido realizar ese proyecto.

Produmédicos se acabó el día que fue descubierto el robo de armas. Pese a lo que algunos izquierdistas dicen, que hacer esa operación era una cosa fácil, yo creo que no fue así. Fue algo muy difícil... Lo del Cantón obedeció a la necesidad de desarrollar un proyecto político. En ese momento el M‑19 era bastante grande y su realidad y su desarrollo le exigían mantener un alto grado de armamento y de municiones

En ese momento iniciábamos el trabajo rural, aunque tengamos fama de ser urbanos. En realidad, le confieso que el M‑19 es una organización más rural que urbana. Pues bien: esa necesidad de armar al pueblo más otras que todavía no las podemos dar a conocer y que tienen que ver con ayuda continental a otros pueblos, nos llevaron a planear esa operación. Entonces buscamos dentro del M‑19, a través de nuestros cuadros a nivel de Ejército, la manera de conseguir un armamento grande. Se estudiaron varias posibilidades y la más imposible era un monstruo de depósito que había en Usaquén y a la cual los técnicos no le daban mayores posibilidades de triunfo. La organización estudió detenidamente la situación del Cantón y llegó a la conclusión de que sí podía hacer la operación.


¿Cuánto duraron estudiando el asalto?

Unos siete u ocho meses. Al comienzo, un punto neurálgico era cómo íbamos a hacer para recoger tanto armamento. Esa era una parte fundamental, aunque ahora mucha gente dice que nosotros no teníamos capacidad de almacenamiento. Eso no es cierto. Eso es absolutamente falso, porque en el planteamiento se tuvo en cuenta absolutamente todo... o casi todo.

Comenzamos comprando una casa para iniciar el túnel. Bueno, no habíamos pensado comprarla sino en alquilar otra que queda más o menos a cuadra y media del Cantón. Es decir, unos 170 metros. Pero en esos días —yo creo que se alcanzó a alquilar la casa— salió el aviso de la venta de otra casa frente al arsenal. Puro al frente. Imagínese, reducíamos la distancia del túnel de 170 a unos 80 metros. Si usted va al sitio podrá ver que si partíamos de la primera casa, era necesario pasar por debajo de la guardia, que queda hacia el norte. Entonces las posibilidades eran muy remotas. El aviso de la venta nos cayó —según  se dice— como anillo al dedo. Con la nueva casa no había que realizar ningún tipo de mediciones. Había solamente que cavar y seguir derecho.

Nosotros en el afán de adquirir esa casa, dimos una cuota inicial, creo que de 600 ó 700 mil pesos que lógicamente tuvo que dar Produmédicos. Y un préstamo de un millón de pesos, que también consiguió esa firma. Y se consiguió bastante rápido. El dueño de la casa al ver nuestra prisa, cobró más de lo que valía. Y nosotros estábamos dispuestos a pagar lo que fuera con tal de adquirirla...

En la construcción del túnel hubo muchos problemas: problemas de todo tipo, pero le voy a mencionar algunos que yo recuerdo, porque hay compañeros que estuvieron más cerca de eso. En primer lugar, la orientación del túnel que solucionamos dándole de frente. Sin problemas...

Segundo: cómo salir a donde había que salir. Usted sabe que el Cantón tenía no sé cuántas toneladas de hierro sobre el piso. Miles de toneladas entre cajas, y el punto para salir tenía que ser preciso. Esto lógicamente, es y será un secreto durante muchos años: cómo logramos salir allí. Llegará el día que lo digamos, pero todavía no.

Tercer problema: la tierra. Cómo sacar diariamente dos o tres metros cúbicos de tierra. Es que, una cosa es cuando usted saca un metro y otra cuando lo empaca. Ahí se le convierte en dos metros.

El cuarto problema es que ese es un terreno que fue rellenado con basura. En el transcurso de la construcción se encontraron bolsones de esa basura, que expedían un gas letal. Eso estuvo a punto de impedir la construcción del túnel, porque la gente se ahogaba allá abajo. La gente no podía respirar, se asfixiaba. Y otra cosa más: agua. Había mucha  agua. Compramos motobomba y ésta funcionaba permanentemente: sacábamos el agua a una cañería de la casa y de ahí al alcantarillado. Hay quienes dicen que allí tuvimos gente super‑especializada. ¡No! En absoluto. Ahí nadie era especializado en nada. Eran obreros por lo general. Obreros de la construcción, compañeros mineros. Incluso llegamos a tener ingenieros de verdad, verdad, que llegaron a la conclusión de que técnicamente la obra era imposible, empezando por el tiempo con que contábamos. Nosotros teníamos que llegar al Cantón el 31 de diciembre. No había otra posibilidad y arrancamos a finales de octubre

Nuevo problema: una cosa es construir un túnel y otra, cómo sacar las armas del arsenal. Entonces había que hacer un sistema con rieles de madera y ruedas de caucho, porque también había problemas de ruido. No se podía hacer ruido. Pero todo eso lo fuimos resolviendo. En primer lugar los costos, que eran altísimos y que, en parte, los pagaba Diners, porque fueron utilizadas las tarjetas de Arteaga y Esther Morón, los “dueños” de Produmédicos. Con esas tarjetas se compraron motobombas, herramientas y demás.

El problema del aire: hubo que adquirir inyectores o bombas especiales para que la gente, allá dentro, pudiera respirar. Eso supone motores funcionando. Ruido. Para el ruido, pues teníamos los radios y el televisor funcionando a todo volumen durante el día. Entonces el barrio se acostumbró a que la dueña de la casa y el servicio eran gente mal educada. Gente ruidosa... (Bueno, en cuanto al servicio, pues no eran muchachas sino, por lo general, oficiales primeros de la organización, con mucha responsabilidad). Esto mitigaba un poco el ruido y de noche se suspendían los trabajos. O sea que esas horas eran pérdida de tiempo muy valioso. Prácticamente el trabajo era de doce horas diarias, en las cuales avanzábamos un metro, dos metros. Se caía un metro, arréglelo, apuntálelo... Y así íbamos avanzando. Poco a poco.

La sacada de la tierra fue otro dolor de cabeza. Hicimos varios ensayos. El primero fue comprar una máquina para transformar la tierra que se sacaba, en ladrillo prensado. Eso fue un fracaso absoluto, pues como la tierra era de tan mala calidad, no compactaba. No se podían hacer ladrillos, si se hacían ladrillos, no había relación entre la cantidad de tierra que se sacaba y los ladrillos que se producían. Cuando iban, por ejemplo 200 ladrillos, teníamos tres metros cúbicos de tierra esperando. La productividad de la empresa no era buena. Además, teníamos que mantener a diez compañeros sacando tierra y a cinco prensando. Bajaba el rendimiento en la construcción del túnel. Así las cosas, nos tocó lanzarnos con bolsas de polietileno, meter en ellas la tierra y sacar diariamente de a una a dos toneladas en una camioneta que entraba a la casa, se cerraban las puertas del garaje, cargábamos y volvía a salir. La camioneta entraba y salía unas dos o tres veces al día... Por ese motivo, la familia Arteaga mantenía una actitud de mucha simpatía frente a los centinelas del Ejército. Mucha ayuda, mucha colaboración con los soldados. Tanta, que éstos se disputaban la guardia, porque les daban jugos... Ellos cuidaban nuestros carros, un  R‑12  y una camioneta que posteriormente perdimos cuando el compañero... ¿Cómo se llamaba?, El hombre del bigote piensa un segundo y da: ¡Israel Rodríguez!. Sí, Israel Rodríguez, repite Bateman y continúa:

El murió trágicamente en un accidente absurdo, un accidente estúpido de tránsito.

La prensa de esos días dijo que ese fue el primer error de ustedes: dar a la publicidad el nombre de Rodríguez, porque por ahí comenzaron los servicios secretos del Ejército a desenrollar la madeja.

No. No tuvo nada que ver eso. Son inventos de la prensa. Eso no tuvo nada que ver. Yo le digo más adelante cuáles fueron nuestros errores. Pero sigamos: además del aire, el túnel tenía luz eléctrica, teléfono, citófonos con la casa y con un vigía que estaba encima, sobre el techo. El podía ver para todos lados. Pero a él no lo veían. Además, adentro había barrotes de seguridad para que no se cayera el túnel. Estaba apuntalado como cualquier socavón en una mina.

El treinta de diciembre logramos penetrar finalmente al arsenal. Era una situación angustiosa porque cuando llegamos al piso nos encontramos con una losa, por lo menos, de treinta centímetros. Era una masa de concreto y esa misma noche se realizó la operación para romperla. Empleamos gatos hidráulicos que tenían unas puyas de acero en la punta. Entonces se subía el aparato y se iban haciendo unos huecos en redondo hasta que fue apareciendo el hueco de entrada a donde estaban las armas. Salimos el 31 de diciembre madrugados. Todo el 31 sacando armas. No hubo mucho problema en la sacada porque la época era propicia: fecha ideal, 31 de diciembre, días de Navidad prácticamente, pocas requisas en las calles y avenidas...

En la operación inicial participaron 20 compañeros que entraron a la casa y se quedaron allá, sin salir durante dos meses, haciendo el túnel. Ya, cuando comenzó a salir el armamento, participaron más o menos cien compañeros. Creo que eran ciento veinte: unos en el túnel, otros sacando armas, otros transportándolas a un sitio. Desde allí eran distribuidas a diferentes lugares. Pero carajo, era mucho armamento. Fue una operación compleja y nosotros calculamos unas siete mil armas, la mayoría cortas, que otros quince com­pañeros más, fuera de los que le he mencionado, untaban de vaselina para poderlas mantener almacenadas y sin peligro de oxidación.

Se ha especulado mucho sobre los errores que cometimos. Ahora sabemos que fueron errores de organización. No compartimentamos. Es decir, unos debían sacar armas, otros, diferentes (sin conexión con los anteriores), debían transportarlas, y un tercer equipo, que no conocía a los dos anteriores, debía guardarlas. Ese fue nuestro error y lo pagamos duro, porque fue una delación. Y cayó en poder del enemigo el sitio donde estaba la mayoría del armamento: otro túnel que construimos con otros compañeros. Estaba sellado con una placa de concreto y podía resistir cualquier requisa normal sin ser descubierto. Hubiera podido permanecer años de años sin ser encontrado.

Hoy nosotros creemos que lo que recibimos después del Cantón fue una lección. Sencillamente así lo entendemos. Aprendimos que al enemigo hay que valorarlo suficientemente, porque a nosotros realmente se nos subieron los humos a la cabeza y pensamos que éramos más fuertes de lo que realmente éramos. Pero lo que nos importa hoy es el proyecto político que hay de fondo, que para nosotros vale más de diez mil estructuras.

La primera noche se convirtió en unas dos horas de “descanso” a partir de las cuatro de la mañana. Un hombre de capucha que no había visto antes, golpeó en la puerta y sin esperar a que le contestaran la abrió con cuidado y asomó medio cuerpo: “Comandante, las seis y cuarto”. Luego le hizo una seña con la cabeza y Bateman corrió la cremallera del talego de dormir con una rapidez bárbara y comenzó a salir de él con lentitud. Mientras caminaba hacia la puerta le dijo al guerrillero: “compañero, ¿qué tal unos tinticos para esta gente?”. Afuera se escu
chaba el aparato de radio. Estaban hablando algo del M‑19 pero no pude precisar qué decían.

El y el hombre de las narices de cortalatas durmieron profundamente. Un concierto de ronquidos a doble fuelle que no paró un segundo, me hizo pensar que hay que tener algo especial para estar metido en este paseo. No sé si se llame sangre fría o masoquismo, porque por lo que me pude dar cuenta, se trataba de vivir permanentemente esperando el balazo.

¿Cómo fue su permanencia en la ANAPO?

En la ANAPO, para comenzar por algún lado, nosotros cometimos, primero que todo, grandes errores. No comprendimos, por ejemplo, las características y la importancia de la ANAPO como movimiento político. No comprendimos que como movimiento popular tenía que ser eso; intentamos transformarlo en un partido político concientizado, claro en su concepción y entonces le metimos una inyección excesiva de ideología a un aparato que no soportaba eso. La gente, por su extracción popular, se fue retirando poco a poco. Nosotros contribuimos un poco al desmantelamiento.

Pero a la vez, la dirección de la ANAPO era de una inconsecuencia increíble frente al gran fervor que las masas le tenían al movimiento y al general Rojas Pinilla. Es decir, el pueblo era superior a sus dirigentes.

¿Ustedes por qué salieron de la ANAPO?

No salimos. La ANAPO se fue diluyendo como proyecto político en el país, y nosotros decidimos no diluirnos en la pasividad y en las luchas internas que no llevaban a ningún sitio. Al final, imagínese que en la ANAPO ya se estaba discutiendo quién debía encabezar listas para el Concejo y la Asamblea. Imagínese esa vaina. Entonces nosotros no quisimos hacerle el juego a esa política porque nuestro proyecto iba más allá, especialmente después del ajusticiamiento de Mercado, cuando ya rebasaba los límites de la ANAPO y se convertía en un proyecto concreto de masas... Fíjese que los que reivindican los símbolos de la ANAPO somos nosotros. Más nadie. Con nosotros, la bandera y el himno se convirtieron en símbolos revolucionarios.

Ustedes hablan de torturas pero un sector de la opinión piensa que no se dan cuenta de lo que hicieron con Mercado, y ustedes lo mataron. Escobar Soto murió después de pasar varios meses en un hueco, sin siquiera ver el sol. Yo pregunto si eso no es tortura. Y el doctor Pardo Buelvas fue muerto en su casa, casi que en presencia de sus hijos. Y eso para un colombiano medio como yo, es tortura.

Bueno vamos por partes. Al doctor Pardo Buelvas no lo ajusticiamos nosotros. Eso fue otra organización a la cual nosotros reprobamos por razones obvias. Ahora, a Mercado no lo mató el M‑19 sino la burguesía colombiana que no quiso reconocer que él había sido su mejor sirviente. Ellos lo utilizaron, ellos lo tuvieron siempre como su sirviente y cuando necesitó de ellos lo abandonaron como a un perro. Y no es cierto lo que dice el doctor López Michelsen. El M‑19 hizo todo lo  posible  por lograr siquiera una reivindicación aunque fuera pequeña. En ese momento había una gran huelga en Riopaila, de la cual hoy no se acuerda nadie, ya habían sido despedidos decenas de obreros. Si se hubieran hecho arreglos elementales como un alza salarial —nosotros no pedíamos más— todo se hubiera arreglado. Pero la burguesía prefirió que lo mataran. Porque Mercado ya no les servía para nada. Ahora, que nosotros hubiéramos torturado a Mercado, ahí están los documentos. Revise la última carta al presidente López; revísela cuando salga de aquí. Es un documento histórico que publicó “EL TIEMPO” en primera página.

Hay otra cosa: nosotros teníamos que hacerle justicia a la clase obrera colombiana porque no podemos decir que Mercado era “un pobre Mercado”. Él era un apéndice de la CIA.

¿Qué pruebas tienen de eso?

Teníamos pruebas suficientes y lanzamos un folleto sobre todas sus actividades. Ese folleto lo distribuimos a toda la prensa nacional y ya nadie se acuerda de eso.

Además el doctor López se queja de que no había posibilidades de hablar con nuestra organización. Eso es falso.

Nosotros contamos con un abogado muy prestigioso de este país y hablamos con él y lo enviamos como emisario para que dialogara con el doctor López, pero la respuesta fue categórica: ¡nada! No negociamos... Tal vez nosotros decimos que la muerte de Mercado, por lo menos, sirvió como llamada de atención al país.

¿Cómo se le fueron ustedes de las manos al general Matallana? Da la impresión de que él los tenía prácticamente agarrados.

Sí. El General nos persiguió y nos buscó bastante. Y el hombre estaba sobre la pista: no era que estuviera desenfocado sobre lo de Mercado... Ha habido una polémica entre el doctor López Michelsen y el general Matallana y realmente el que tenía la razón era el General.

¿Por qué?

Porque yo creo que el hombre estaba en la línea que tenía que seguir, independientemente de que yo no esté de acuerdo. ¿Cierto? Y el General cayó en las trampas que nosotros le tendimos y eso nos lo tiene que reconocer. Porque él cometió gravísimos errores.

¿Como cuáles?

Su primer gran error fue creer que éramos un aparato de la CIA. Ese fue un error grave porque estaba partiendo de una premisa falsa y usted sabe que eso se paga.

¿Qué otro error cometió el General?

No haber detenido a Carlos Toledo Plata. Yo creo que él tenía pruebas suficientes para hacerlo —repito, independientemente de que yo vaya a estar de acuerdo con eso—. El General ha podido tener a Toledo más tiempo, y entonces...

¿Como cuánto tiempo?

No sé. Creo que lo hubiera podido acusar de asociación para delinquir, por ejemplo.

¿Qué trampas le tendieron al General más adelante?

La más importante fue la firmeza de la Anapo Socialista, que no es trampa desde el punto de vista nuestro, pero para él sí lo era. La firmeza de los compañeros, realmente hizo vacilar al General sobre esto. Y aunque él estaba seguro, no pudo comprobar nada. Yo creo que el fracaso del general Matallana fue no haber contado con los elementos políticos para hacer lo que él siempre ha querido hacer... Yo creo que el general Matallana es un nacionalista. Y es uno de los pocos militares, en este país, que pueden hablar con altura y con dignidad —y le repito una vez más, independiente de que yo esté de acuerdo con él—. Nosotros estimamos a los militares que aunque estén con el sistema, sean hombres íntegros, sean hombres que no agachen la cabeza frente al Imperio. Y usted sabe que el único General que ha tenido —y perdóneme la palabra— que ha tenido los cojones en este país de hacerle una crítica a los norteamericanos, es el general Matallana, cuando el famoso informe sobre el Instituto Lingüístico de Verano.

Ahora pasemos al segundo caso: el de Escobar Soto.

El caso de Escobar Soto tiene que ver con otro problema. El fue detenido por razones puramente económicas. Usted sabe que las organizaciones revolucionarias, que no dependen del exterior, tienen que financiarse aquí con la oligarquía colombiana. Eso tiene que quedar muy claro

Es decir, que a través de secuestro ustedes obtienen el dinero de los dirigentes del país...

De ellos y de algo más. El señor Escobar Soto era el representante de una gran empresa multinacional y la que lo mató a él fue la multinacional, la Texas Petroleum Company. Nosotros estábamos negociando con ella y nunca quiso llegar a un acuerdo económico. Y eso se lo dijimos nosotros a los representantes de la multinacional: “ustedes van a matar a Escobar Soto”... Multinacionales que sacan millones y millones de dólares de este país y no son capaces de responder por sus ejecutivos. A Escobar Soto realmente la multinacional lo abandonó, y esto que sirva de ejemplo para todos los ejecutivos de este país que se venden a las multinacionales. Ahora, a Escobar Soto quién lo mata: lo mata el Ejército; sabía que esa cárcel no tenía salidas y aún así quiso crear el hecho político de su muerte para achacárnosla a nosotros. Nosotros éramos los más interesados en que no le sucediera nada. Finalmente le digo una cosa: nosotros preferimos detener a los hombres de las multinacionales que a los industriales colombianos.

Bueno, a propósito de industria, ¿ustedes piensan subir al poder y entregárselo al obrero que opera bien una máquina pero que no tiene la visión de producción, ni de administración, ni de expansión? ¿No cree usted que eso en “su” Gobierno sería un caos?

Bueno, entregarle las fábricas a los obreros, eso es el socialismo que por principio cree en la abolición de cualquier forma de propiedad privada. Nosotros no estamos planteando eso. Nosotros estamos planteando la democratización de la economía. Y cuando nosotros hablamos de democratización, sencillamente le estamos diciendo a los capitalistas colombianos —colombianos con capital nacional— en primer lugar que sean nacionales. En segundo lugar, que luchen para que no sean asfixiados... Usted sabe que en este país cada día hay menos capitalistas. Parece mentira pero es así. ¿Por qué? Porque el que no está dentro de la producción monopolística, no tiene posibilidades de sobrevivir. Usted conoce las declaraciones que dio hace poco, no sé si la Andi de Pereira o de Manizales, donde la gente protesta porque sencillamente los créditos los maneja el gran monopolio. Y el gran monopolio beneficia a su propia industria... Entonces hablemos de industria. hablemos de una gran industria monopolística en este país y hablemos de una producción industrial nacional. Nosotros estamos con esa industria que se está ahogando, que se está asfixiando, en contra de la que está montada fundamentalmente sobre capital y tecnología extranjera, que no es la tecnología nacional, desde luego. O sea, los capitales norteamericanos, alemanes, extranjeros que nunca regalan tecnología. La prestan y no permiten que los países sub‑desarrollados asimilen esa tecnología. Aparte de que no la pueden asimilar porque necesitarían una ayuda inmensa. Entonces lo que nosotros les planteamos a los industriales colombianos es, “pongámonos las pilas, como dice el pueblo, porque se van a acabar”. Las ansias de dinero y de poder del gran monopolio, son infinitas. Nosotros no estamos planteando quitarle fábricas a nadie porque eso no se puede hacer así no más. Eso lo hará una revolución socialista, pero nosotros no estamos organizando una revolución socialista. Nosotros lo que queremos es que la gente viva mejor en este país.

Ahora, a los industriales nacionales también les decimos: aquí el que lleva la de perder es el obrero. Aquí el explotado es el obrero. Entonces no se trata de tener una política frente a la gran industria y frente a la pequeña industria, sino también tener una política de salarios que corresponda. Es decir, que el nivel de vida de los obreros corresponda al desarrollo de esa industria. Y que los industriales no le tomen el pelo a los obreros y le roben el valor de su trabajo. Entonces es una política que tiene que beneficiar a todo el mundo, aunque no sea más justa, porque nunca será justa la relación entre el industrial y el obrero. Con toda seguridad así llegaremos a acuerdos con el industrial que quiera realmente desarrollarse.


En algunos momentos me parecía estar hablando con un hombre que ya se siente con un pie en el poder. Su actitud frente a los que le escuchábamos —planteando una distancia inmensa—, me hacía olvidar ocasionalmente que estábamos metidos en aquella sala  desnuda,   preocupados por cualquier ruido externo, así fuera insignificante. Bateman, ese costeño amarillento que cumpliría cuarenta años dentro de cinco días, rompía sin embargo continuamente aquel ambiente de dignidad impúdica, con algunos chistes.

Después de varios derrumbes en el túnel de las armas, se decidió que había que apuntalar mejor el techo para no seguir perdiendo tiempo. Un día sobre las dos de la tarde nadie había almorzado y alguien vio que un compañero minero se sentó en el suelo. ¿Ya apuntaló? le  preguntaron, y él respondió con una cara de fatiga violenta: “No compañero, aquí como que no apuntala nadie”. En el interior del país los trabajadores dicen apuntalar por comer.

Pero, aparte de estos momentos, la situación para mí fue de tensión permanente y a medida que avanzaba el día y se acercaba la hora de la salida —como ellos me lo habían prometido— parecía concentrarme menos en lo que él decía. El diálogo se demoró porque había que apagar continuamente la grabadora y pedirle que reconstruyera aquellas ideas que se habían quedado aleteando en los rincones de la sala. Era una grabadora vieja y de mala calidad y se lo comenté. Entonces nuevamente en tono de chiste se dirigió a sus amigos y les dijo: “¿Cómo es posible que el M‑19 no cuente con buenos elementos? ¿Qué va a decir la prensa de nosotros?”. Ellos tenían también papel abundante, una máquina de escribir portátil, lápices, una libreta de apuntes, una cámara fotográfica tan vieja como la grabadora y dos paquetes completos de rollos fotográficos.

Pese a la situación, había que conversar mucho. Entonces el tema fuimos aquéllos que hemos podido conseguir algunas pequeñas cosas en la vida, lo que es imperdonable para la izquierda colombiana.

Voy a llevar un poco la charla por mi caso personal, porque pertenezco a una clase que ustedes deben llamar pequeño‑burguesa. Y me preocupo cuando se habla de estas vainas. Me preocupa pensar en un pequeño apartamento que tengo y en un auto que me he ganado con mi trabajo. Yo partí de ceros y si ustedes llegaran al Gobierno me lo quitarían ¿Qué harían? ¿Me obligarían a dárselo a un vago que no ha trabajado como yo?

Esa es la labor de esta gran burguesía colombiana: hacerle creer al pueblo que la revolución en este país será el caos y que aquí se van a repartir no sólo los apartamentos y el Renault‑4, sino también su mujer y sus hijos. Esa es la labor distorsionadora. Pero usted qué habla de apartamento y de Renault. Es más grave pensar en los millones de colombianos que no tienen posibilidad siquiera de adquirir una mula... Nosotros no sólo vamos a respetar eso, porque es un derecho elemental. Nosotros lo que queremos es que todos los colombianos tengan su R‑4. Y apunte porque nosotros cuando lleguemos al Gobierno vamos a hacer un contrato nuevo con la Renault francesa porque el que hay en este momento es contrario a los intereses del país. Es que el primer beneficiario de la permanencia de una empresa extranjera aquí tiene que ser el mismo país, que recibe esa empresa. Ahora ¿su apartamentico? Pues qué podemos hacer. Pero, por favor que todos los colombianos tengan el apartamentico que usted tiene. Ese es el problema: aquí hay gente que vive en casas de cartón.

Usted lo que plantea es que por tener techo propio y un carro, soy enemigo de los que no lo tienen. Usted busca enfrentarme con toda esa gente.

No, todo lo contrario. Usted sabe que no es el enemigo. Pero el que tiene miles de hectáreas de tierra, los que dominan esta ciudad, que poseen diez y veinte casas, yo le pregunto a usted: ¿qué podemos hacer con eso? Ahora: no le vamos a quitar las casas a todo el mundo. Pero que cada casa cumpla una función social. Usted tiene que estar de acuerdo conmigo en que aquí hay quien paga treinta, cuarenta, cincuenta mil pesos por un arrendamiento y usted sabe también cuánto es el salario promedio en el país. Un tipo cuando gana ocho mil pesos al mes, tiene que pagar cinco o seis mil de arrendamiento. Entonces yo le pregunto a usted: ¿de qué vive la gente? ¿De qué come la gente? Con lo que no estamos de acuerdo es con que haya cuatro, cinco pulpos en el país que dominan los apartamentos y que hacen grandes negocios con ellos.

Pero hay una cosa: yo creo que el país conoce cifras y Colombia tiene un alto índice de desarrollo. Tenemos grandes reservas internacionales. ¿Usted puede negar eso?

Indudablemente que no pero ése es el problema. Colombia ha tenido un desarrollo de casi el 7.5 por ciento anual, que es un desarrollo altísimo. Y tiene unas reservas que superan los cuatro mil millones de dólares. Cualquiera diría que éste es el país más rico del mundo. Pero ¿ese desarrollo es para quién? ¿Ese es un desarrollo que beneficia a quién? Porque éste es un país donde cada día hay más desempleados.  En Colombia hay explotación por el bajo índice de sindicalización. Por esa tenaza que es el “Estado de Sitio”, que no permite la organización. Por ese “Estatuto de Seguridad” dirigido a la clase obrera para que no pueda protestar ni exigir mejores salarios. Entonces nosotros decimos: ¿quién se está beneficiando de ese desarrollo? ¿El pueblo colombiano?... Cada día los hospitales están peor, cada día la leche está más envenenada. ¿Tenemos mejor educación? No. Los índices lo que demuestran es que el país va a la bancarrota de la gente mientras una  gran bonanza industrial está beneficiando a un sector reducido de la población.

Pero ya tocamos este tema, perdóneme que toquemos el tema de los cafeteros. Este es un país que vive del café. El sesenta y pico de las divisas las sacamos del café, ¿cierto? Y no somos nosotros  los que decimos esto: las dos bonanzas que tenemos no son del pueblo colombiano. Eso lo dice el doctor López Michelsen. Nosotros decimos: ¿a quién beneficia la bonanza cafetera? ¿Dónde están los hospitales, dónde están las grandes haciendas para el desarrollo agrícola, dónde están las prestaciones de los cientos de miles de personas que cogen el café por temporadas? Es la bonanza de la gran oligarquía colombiana. Y fíjese que de ella sale un chorro de dinero que va directo a Suiza, a los grandes apartamentos en Miami.

Usted habla del tratamiento que el M‑19 le daría al país en el campo del desarrollo, pero por otro lado, ya en la práctica, los colombianos vemos que se está haciendo una hidroeléctrica en el Sinú y los grupos guerrilleros no quieren dejarla hacer.

Bueno. Pongámonos de acuerdo. No son los grupos guerrilleros. Es un grupo guerrillero. Creo que es el EPL y nosotros no estamos de acuerdo con eso. Y si los rusos van a construir aquí cincuenta hidroeléctricas bienvenidos los rusos, porque eso va a beneficiar a nuestro pueblo. Entre más energía haya aquí, más desarrollo tendremos. La otra cara del problema es que si la hidroeléctrica va a beneficiar a un sector monopolístico, entonces no vamos a estar de acuerdo. Pero si pasa eso, por ahora no vamos a tomar medidas pues sabemos que eso a la larga va a servirle a nuestro pueblo.

Bueno, voy a seguir pensando que ustedes podrían llegar al Gobierno y entonces tendrán fórmulas. ¿Dígame cuáles serían las soluciones para el problema de la salud?

Mire, esto de la salud, de la educación, son problemas que tienen que ver con toda la concepción del Estado. La orientación que se le ha dado a la salud es anti‑democrática y fíjese que todo tiene que ver con la democracia. La salud en este país está hecha para una gran minoría de colombianos. La educación universitaria está orientada hacia la especialización. Aquí no hay una medicina preventiva. Al Estado le interesa que parte de la población tenga algunos elementos para la salud. Hace poco alguien decía que sólo el diez por ciento de la población colombiana se beneficia de la orientación estatal de la salud. Y si usted es empleado o trabajador, tiene que saber lo que es esa manigua de los Seguros Sociales. Ese debiera ser el mejor servicio del país, pero sin embargo es el peor. Ahí está la salud de Colombia. Vaya a los campos, vaya a cualquier parte y encontrará una ausencia total dentro de una política estatal. Para que la haya se necesita una orientación generalmente democrática. Eso es todo.

Debería ser mediodía y Bateman dijo que se iba a bañar el cuerpo y el pelo.  “Es que esta tarde pienso darle una gran chiva. Me voy a dejar retratar por primera vez de una periodista. Para eso trajimos cámara y rollos”.

Mientras se bañaba, los dos guerrilleros dejaron sus ametralladoras en alguna parte, pero mantenían las pistolas colocadas en la cintura del pantalón. Salieron al comedor y escuché que abrían las cajas de cartón que estaban en el piso. Luego aparecieron con dos banderas: una de Colombia y otra del M‑19; con las cuatro sillas, un escritorio viejo que estaba en la habitación donde dormimos esa madrugada y un escudo pintado con crayolas sobre cartulina blanca.

Colocaron todo en el fondo de la salita y trajeron la cámara y los rollos. Uno de ellos preguntó cómo se operaba mejor la cámara y le dije que si lo sabía hacer bien. Me confesó que no y entonces le pedí que me permitiera hacerlo. Conozco de fotografía y en ese momento las gráficas eran muy importantes para mí.

¿Una vez que las tomemos me las puedo llevar?

No, nosotros las vamos a repartir en los periódicos mañana 19 de abril. Luego le damos a usted la propiedad intelectual, si así lo quiere. Recójalas dentro de unos días porque son suyas, respondió el hombre del bigote.

Bateman salió del baño vestido y pidió que le trajeran el secador de pelo.

Por favor no se asuste que soy normal —me explicó riendo—, lo que pasa es que cuando uno se peina con “afro” tiene que cargar todas esas vainas.

Lo conectó allí mismo y se secó el cabello. Luego con un lápiz y mientras hablábamos, gastó tal vez un par de horas escarbándose la cabeza hasta cuando el afro tomó forma.

Usted habla de planes en todos los campos, pero ¿cómo haría para desarrollarlos? le pregunté y luego de decir que ya tenía hambre y que debíamos suspender rápido la sesión, comentó echándose otro paquete de maní a la boca:

Tal vez yo repito mucho pero el dinero tiene que salir del que lo produce. Los impuestos deben ser manejados con honestidad y entonces alcanzarán para hacer obras, muchas obras. Luego el producto del trabajo de los colombianos. Mire, este pueblo trabaja mucho y es muy sufrido, pero el producto de su trabajo va a parar primero a las arcas de los grandes monopolios norteamericanos y luego a las de los grandes monopolios nacionales. Y ahí está el dinero, no sólo para tener una buena salud, sino una buena educación. Son complementarias una cosa de la otra.

Ahora que se me vino a la cabeza, ¿usted sabe cómo se distribuye el presupuesto nacional de Colombia? El cincuenta por ciento en represión. Y cuando hablo de represión no hablo sólo del Ejército sino de la Policía, de los servicios secretos, de la Defensa Civil. La burocracia se come el resto. Gómez Hurtado decía hace poco que el que manejara el millón de burócratas, manejaba el país: es un millón de votos casi que seguro... Eso es lo más anti‑democrático que puede haber. Ahí está otra parte del dinero que necesitamos... Mire, las grandes partidas que manejan los parlamentarios son lo más irracional dentro de la dirección de un Estado: yo doy veinte mil para una escuela. Yo doy cuarenta mil para un puente. Yo doy un millón no sé para qué cosa. Y ninguna obra se termina. En esta forma nadie puede dirigir un Estado. Un Estado tiene que ser centralizado porque si no es irracional, por eso no puede haber infraestructura nunca, porque se trata de un país manejado por el clientelismo.

¿No se está formando un problema? No veo qué va a hacer con los empleados oficiales de los cuales plantea salir. Eso aumenta el desempleo.

No. Yo lo que haría sería meterle más gente al Estado. O si no qué hace con los 300 mil vigilantes privados. O con el millón de desocupados que hay en el campo. Saque cuentas porque ya llevamos dos millones y medio. Qué vamos a hacer con los dos millones de desocupados que hay en Bogotá... Yo le digo entonces que lo que  tenemos para resolver es muy grande. Por este motivo no puede haber una política para obras públicas, una política para educación, una política para agricultura. No. Tiene que haber una política general que guíe al Estado hacia la superación de todos los problemas a un mismo nivel

Durante el diálogo había preguntado a Bateman, qué sentía por los Estados Unidos y sin pensarlo, anotó algunas cosas:

Los Estados Unidos —dijo— han construido en cien años lo que la humanidad logró en dos mil. Con eso le digo la mayoría de la respuesta. Nosotros admiramos a los Estados Unidos aunque desgraciadamente se trata de un pueblo que cayó bajo las garras de una ideología reaccionaria que quiso dominar al mundo por la fuerza. Y los Estados Unidos no viven solamente de la explotación del obrero norteamericano sino de la explotación de la humanidad entera. El imperio norteamericano se hizo sobre la base del saqueo. Nuestro pueblo latinoamericano ha sufrido decenas y decenas de años la explotación norteamericana y eso favorece indirectamente a su mismo pueblo. Pero allá no todo el mundo tiene apartamento y carro. Allá hay una miseria muy grande: 10 millones de mexicanos viven en la frontera muriéndose de hambre. 30 millones de negros están en condiciones terribles. Sin embargo la guerra del Vietnam ha cambiado mucho la mentalidad de ese pueblo y lo ha obligado a aterrizar y por eso ellos a la larga tienen que estar con  nosotros... Usted ha visto todas las demostraciones de solidaridad en los Estados Unidos durante la toma de la Embajada Dominicana en Bogotá. Eso no había sucedido nunca

Creo que eso está bien. Pero el otro ángulo es que, a pesar de la toma de la Embajada, la gente piensa en Colombia que el  M‑19  está muy golpeado .

Un momento: depende de qué gente. Está por un lado la gran burguesía que tiene que decirlo. Mal harían en reconocer en nosotros siquiera un enemigo potencial. La otra gente son los pesimistas, los hombres sin voluntad y los cobardes. Esa es otra gente que nosotros tenemos suficientemente bien ubicada para no tomarla en cuenta. Y en medio de eso está la inmensa población de este país que no tiene voz ni voto

Me estoy refiriendo a sectores ideologistas, por no decir que ideólogos. Sectores que son la intelectualidad barata de este país, que por falta de trabajo se ponen a interpretar y a decir cosas que no conocen. A esos cobardes es que yo me refiero...

Porque un intelectual que se ha leído cuarenta tomos de Marx y veinticinco de Lenin, no tiene derecho a estas horas de la vida, a estar  pensando que nada es posible y creen que lo mejor es seguir hablando de marxismo‑leninismo. Pero no hacen nada para que esas grandes ideas se conviertan en realidades.

Ahora, eso de que estamos acabados, yo no lo creo. La práctica es la que dice lo contrario. Estamos ahora a 19 de abril y hay acuartelamiento de primer grado desde hace dos días, y reunión del Consejo de Ministros, pero lejos de Bogotá, en una base militar de Melgar bien resguardada. Eso quiere decir que la situación no está muy bien... entre otras cosas porque el M‑19 no está acabado.

Pero, entonces esfuerzos como el de la Brigada Simón Bolívar, ¿qué quieren decir?

Hablemos primero del M‑19 y la colaboración internacional. Cuando Nicaragua nosotros fuimos una de las pocas organizaciones armadas en América Latina que hicimos operaciones militares alrededor de la solidaridad con ese país. Acuérdese que detuvimos al embajador nicaragüense. Nosotros creemos que lo más importante fue lo que hicimos por ellos en Colombia, porque la revolución nicaragüense la tenían que hacer los nicaragüenses. Nosotros tenemos como principio, que las revoluciones no se pueden hacer por mandado ni se pueden exportar. Para nosotros era más importante agitar el problema nicaragüense en Colombia que ir a pelear allá. Por eso vimos con cierta preocupación a la famosa Brigada Simón Bolívar, porque considerábamos que no había que ir a pelear allá, pues en Colombia había, si no las mismas condiciones, sí un estado de represión, de desigualdad, de tortura y de persecución tan grande como las que había en Nicaragua. Y vimos que lo de la Brigada Simón Bolívar era una salida por la tangente... No es que nos metamos en el tema para profundizar, pero a la larga se vio que esa tal Brigada era pirata, que iba a complicarle la vida a los compañeros nicaragüenses y con toda razón los echaron de allá. Por eso nosotros les decimos: duros allá en Nicaragua, pero blanditos en Colombia

Ahora estoy pensando en los lectores. Por qué no les da un respiro y se deja llevar al campo anecdótico, aun cuando sea un momento...

Perfecto, ¿de qué quiere que le hable?

Bueno, de algún secuestro.

Cuando tuvimos al doctor Ferreira y viajábamos con él al punto de reclusión, nos encontramos con mucha tropa. Era un desfile militar y nos detuvieron. Pero entre el carro iba un compañero con uniforme de Mayor y nos dijeron con toda cortesía que por favor esperáramos un momento. Al terminar el desfile le hicieron al compañero el saludo militar de acuerdo con su rango de “mayor” y nos pidieron seguir de primeros.

El día que fue liberado, lo pasamos a una pieza contigua a la cárcel y como todos los compañeros que lo iban a llevar debían entrar y salir de allí con los ojos cerrados para no ver la ubicación del lugar, fueron subiendo al carro uno por uno, a tientas. Arrancaron y una hora después el conductor les dijo que podían abrir los ojos. Se miraron unos a otros y vieron que el hombre se les había quedado allá, en la pieza. Tuvieron que devolverse por él y Ferreira no se dio cuenta de la vaina.

Pero en ese secuestro hubo más cosas. En esos días gente por su propia cuenta empezó a telefonear mucho a los periódicos diciendo que había visto a Ferreira, que ya estaba liberado, que había aparecido aquí, que había sido visto allá... Y sucede que cuando lo dejamos en la iglesia, ahí sí llamamos nosotros a la prensa para que fuera a hacerle un reportaje. Lo dejamos allá y el tipo se quedó esperando como una hora, porque la prensa no nos creyó y nunca fue a buscarlo.

¿En qué cárcel estuvo Ferreira?

En la que murieron nuestros compañeros y murió Escobar Soto.

Yo estuve haciéndole el interrogatorio a Ferreira. El se debe acordar perfectamente de eso. Pues bueno, más que interrogatorio fue una charla bastante amable y, digamos entre comillas “fraternal”, entre un representante del gran capital y un dirigente revolucionario. Creo que él fue testigo del trato que se le dio. Y el trato es el mismo para todos los detenidos.

Bueno, pero por más amable que sea el trato, estar ahí sin sol, sin correspondencia con la familia, aislado, sin moverse... Pues resulta una tortura, ¿o no?

Yo no creo que sea tortura, porque en las guerras suceden estas cosas y son inevitables. No hay otra forma. Lo ideal sería que nosotros tuviéramos un territorio liberado y los pudiéramos tener en una cárcel al aire libre. Pero como las condiciones se imponen, nosotros lo máximo que podemos hacer, es que sean lo menos injustas posibles.

¿Qué comodidades había en esa cárcel?

Tenía ventiladores muy buenos y él podía hacer ejercicio todos los días. La comunicación con la familia no era posible, pues el servicio de inteligencia estaba detrás de ellos. Pero las cartas que enviaba, llegaban todas a su hogar. Nosotros cocinábamos ahí en la cárcel y a él se le daba absolutamente todo lo que pedía. Todas estas invenciones de torturas no son sino eso. Ojalá estos burgueses conocieran las cárceles colombianas y se dieran cuenta de cómo es el tratamiento que se le da a los presos en general.

¿En sus cárceles qué problemas se le plantean a los detenidos?

La angustia era el tema central pero nosotros solucionamos esto en varias formas: en primer lugar satisfaciendo al hombre en todo lo  que en ese momento y bajo las condiciones en que estaba, deseaba hacer: ya fuera una lectura, un juego, cualquier tipo de diversión. No hay una sola cárcel a la que nosotros no hayamos enviado lo que el señor pidiera. Siempre hemos sido muy cuidadosos en eso. Y la atención médica... Por la quietud surgen problemas estomacales, antes que problemas síquicos... Nosotros no hemos podido ver a una sola persona con problemas síquicos durante la permanencia en ese tipo de cárceles.

Antes de fundar el M‑19 Bateman fue un guerrillero de las FARC, que operan en las montañas colombianas al mando de Manuel Marulanda Vélez, “Tirofijo”.


Aunque su memoria parece intacta, no quiso aportar al diálogo recuerdos detenidos sobre esa época de su vida y prefirió solamente describir algunos rasgos de quienes fueron sus últimos jefes guerrilleros.

“Tirofijo”, Jacobo Arenas, Ciro Trujillo. Fueron personas de las cuales aprendí mucho. Bastante. Estuve con ellos en la selva desde 1966 hasta 1970, cinco años.

¿Tuvo un nivel alto dentro de la guerrilla?

No, mi misión era más de comisario político que de combatiente. O sea que me dedicaba a la labor ideológica, labor de preparación política, de organización.

La prensa ha publicado que usted fue secretario personal de “Tirofijo”.

No, en absoluto. Yo estuve muy cerca de él pero no fui nunca su secretario. Creo que él no lo necesita porque es un hombre muy capaz. Es un campesino pero ha adquirido una cultura muy grande. Yo lo aprecio mucho.

¿Qué recuerdos tiene de “Tirofijo”?

A mí lo que más me llama la atención de Marulanda es el alto nivel de conciencia que ha adquirido, un hombre que no tuvo posibilidad de acceso a la cultura, ni a las universidades, ni a los colegios. Como le digo, está a muy alto nivel en la comprensión de lo que es este país. Lástima que no sea más conocido públicamente porque puede dar mucho. Es realmente un líder de este país... Actualmente debe estar llegando a los cincuenta años.

¿Cuánto hace que lo vio por última vez?

En 1971 en la selva. El nunca ha salido del monte y por eso ahí está lo negativo y lo positivo de una figura como ésa: teniendo tantas capacidades y tantas posibilidades de liderazgo no sólo en movimientos guerrilleros, sino de masas, se mantenga tan incógnito... como desconocido por el pueblo. Es que a Marulanda lo conoce un sector revolucionario pero yo creo que antes que eso, que revolucionario, él es un líder popular. Tal vez de lo mejor que existe en este país. Independientemente de que sea miembro del Partido Comunista. Ese es uno de los pocos líderes que quedan de la época de la violencia, en que las guerrillas comunistas, “los comunes”, como los llamaban, se jugaban la vida durante muchos años.

Al lado de él, participa un hombre, que guardando las propor­ciones, es una figura también muy importante y también muy desconocida: Jacobo Arenas. Su verdadero nombre es Luis Morantes y más o menos es la segunda figura de las FARC: un hombre muy capaz, muy culto, de extracción obrera. Fue dirigente en la época de grandes luchas en Barranca, es santandereano y tiene más de cincuenta años. Lleva él acumulada una experiencia increíble de luchas populares colombianas, pero como Marulanda también es muy desconocido. Las masas poco saben de la existencia de tanta calidad humana y política.

Como observador, tengo la impresión de que la experiencia de las guerrillas rurales ha sido casi que un fracaso en Colombia.

Yo no diría un fracaso sino que en Colombia esa misma experiencia guerrillera ha sido una trampa y se nos han subido los humos a la cabeza y hemos creído que somos los artífices, porque estamos luchando desde el año 48 en guerra de guerrillas. Entonces somos los amos de la guerrilla en América Latina y yo no creo que eso sea cierto. Aquí ha persistido la guerrilla, se ha mantenido, pero su desarrollo no es el que necesita este pueblo.

Mire una cosa: aquí han existido grupos y grupos y grupos guerrilleros y realmente todos han partido de una copia mecánica de las experiencias de otros países o de una sobre‑estimación de la capacidad militar del enemigo. O han subestimado esa capacidad en el caso más reciente de las guerrillas del EPL o del ELN, que han caído en una lucha ideológica profunda que los ha llevado a divisiones y a contradicciones. Lamentablemente porque para nosotros es una pérdida que sentimos como nuestra. Nosotros no nos alegramos por eso. Todo lo contrario. Sabemos que el que pierde en eso, es el pueblo.

Nosotros creemos que la experiencia guerrillera en Colombia no está terminada. Al contrario, se encuentra en un nivel más alto de retomar la iniciativa. En Colombia hay más de tres mil guerrilleros en armas, con una concepción que ha imperado: la del “golpe y huye” que creemos que no ha planteado el problema central que es la necesidad de destruir una máquina burocrático‑militar. Y que esa máquina sólo se puede destruir con otro ejército del pueblo pero que necesita un proyecto político que sea acorde con el proyecto militar.

Esas son las leyes de la guerra. Si usted se mete en un proyecto militar tiene que saber que debe oponerle a su enemigo una masa de hombres tan grande como la que tiene el contrario. Para realizar esto no sólo se necesita sentarse en una trinchera y pelear todo el día. También se necesita un proyecto político que responda a esa acción militar. Por eso no estamos de acuerdo con que la lucha es para el campo. No señor: creemos que la lucha militar en el campo tiene que corresponder a un desarrollo militar en la ciudad, como el desarrollo político en la ciudad tiene que corresponder necesariamente a un desarrollo político en el campo. Si no es así, estamos violando una regla elemental de la guerra. O sea esto: cuando usted haga un golpe, el otro tiene que dar un golpe superior al suyo. Y después usted tiene que responder en la misma medida. Y llegamos a un punto en que los extremos se encuentran y se produce el famoso combate, la batalla definitiva en donde uno de los dos perece, porque es inevitable. Nosotros creemos que en Colombia se ha evitado el desarrollo de esa ley. ¿Por qué? Porque la lucha se da en el campo…

¿La guerrilla rural no es peligrosa?

Hablando de todo esto, el mismo Ejército colombiano lo dice en sus materiales. Sí existen bandas, sí existen guerrillas, sí existen un montón de cosas, pero eso no representa un peligro para el Estado ¿Por qué? Porque el Estado tiene sus fuentes fundamentales de desarrollo y de crecimiento en las grandes ciudades. Ahora, tenga en cuenta lo siguiente: yo no estoy dando cátedra. Este problema que estamos analizando se solucionó hace siglos. Lo que quiero decir es que nosotros, el  M‑19  no está exento de errores. El  M‑19  ha cometido en estos dos años muchos errores en el desarrollo político‑militar rural. Nuestro desarro llo urbano es mucho más público, pero falta la correspondencia entre el campo y la ciudad....

Bateman habla de estos temas con fluidez. Es digamos, una ametralladora analizando, casi que con detalles el tema guerrillero. Más adelante dice:

Perdóneme pero es que nosotros consideramos que mientras no haya una unidad clara de proyectos políticos y militares entre las organizaciones armadas de este país, sencillamente estamos alargando este chico y estamos dando las posibilidades para que la burguesía colombiana siga mangoneando y siga engañando al pueblo.

Lo que usted está planteando es la unión de todos los grupos guerrilleros nuevamente...

Sí, desde hace mucho rato, desde su nacimiento, el M‑19 está planteando esa unidad del movimiento guerrillero. No sé si usted conozca las cartas que le enviamos al comandante Manuel Marulanda Vélez y al comandante del ELN, donde les planteábamos concretamente la creación de una junta coordinadora, o de un estado mayor que coordine las acciones militares y políticas de la guerrilla.

Se conocieron públicamente las cartas, pero no las respuestas.

Desgraciadamente no han respondido.

¿Cómo va el desarrollo de la guerrilla rural del M‑19?

Creemos que la concepción va a depender mucho de lo que la guerrilla, en general, pueda hablar sobre esto. Al M‑19 le va a quedar muy difícil desarrollar su propia guerrilla rural, aunque el reto está hecho y lo hemos aceptado como tal. Nosotros antes de un año tenemos que tener una fuerza lo suficientemente fuerte como para enfrentar, ya no el desarrollo del M‑19, sino la ofensiva que nos va a lanzar el Ejército colombiano para destruirnos.

Esa apertura hacia el campo ¿no se puede interpretar más bien como que, ante fracasos como el del Cantón Norte (robo de armas), el M‑19 se está replegando hacia allá?

No, porque nosotros antes del Cantón Norte ya estábamos replegados al campo. Le repito nuevamente que hay un fenómeno especial. Nosotros somos más rurales que urbanos, pero la gente sólo nos conoce luchando en la ciudad. Ese es el problema.

Y llegó la hora de las fotografías, Bateman tenía el peinado “afro” en su punto. Dejó el lápiz con que se había escarbado la cabeza mientras hablaba de todas estas cosas y salió al pequeño comedor de donde regresó con una camisa verde. La vieja “Canon” estaba lista sobre un trípode endeble y les pedí que se acomodaran en el altar que habían montado sus compañeros. Ibamos a posar y yo debía caminar hasta la cámara después de cada foto, ponerle cuerda, pegar un par de zancadas para ocupar el asiento que me dejaron libre y esperar el destello del flash.

“Cortalatas” y el hombre del bigote se colocaron sus capuchas, aparentemente sin estrenar: fabricato negro el uno y blanco el otro; ametralladora en mano. “Estamos listos”, dijo Bateman.

Puse la cuerda por primera vez, corrí al asiento y Bateman con una cara muy seria comenzó a decir en tono de discurso: “Los pollitos dicen, pío, pío, pío...”.

Fueron, no sé, unas 30 ó 50 fotografías muy similares, muy posadas, en las cuales Bateman repetía la arenga a los pollitos, contaba hasta veinte —también en tono de discurso—, o repetía parte de la letra de algún bolero.

Les dije que podría ser más “movido” si hacíamos algo en exteriores y se rieron: “No compañero, no nos pida cosas imposibles”, dijo “Cortalatas”.

Una vez terminado el trabajo, recogieron el altar, lo metieron entre una caja de cartón y pidieron que anotara los datos para el mensaje al presidente Turbay, proponiéndole que permitiera una reunión en Panamá con hombres notables del país.

Horas antes, cuando llegué allí me habían dicho que ése era el motivo fundamental de mi captura. Tenían al parecer una carta escrita pero yo les expliqué que los periodistas no somos portadores o mensajeros de cartas. Que nuestro trabajo es escribir y publicar en los diarios. Entonces acordamos que ellos me daban los puntos, yo redactaba allá mismo el mensaje a manera de noticia y se lo entregaba a ellos. Dijeron que lo llevarían a los principales diarios antes de soltarme.

De acuerdo con esto, pasaron la mesa a la pequeña habitación donde habíamos dormido y me alcanzaron una máquina de escribir, portátil, papel y hojas de carbón para copia. Como faltaban varias horas para salir de allá, les dije que además del mensaje, podía comenzar a redactar la historia. Era un buen ejercicio que me permitiría contrarrestar un poco la tensión
No obstante, Bateman respondió: “Le pedimos el favor de no escribir nada más aquí, porque queremos que lo haga lejos, donde no se sienta presionado. Diga todo lo que piensa de nosotros, no hay problema. Pero por favor, mis palabras déjelas textuales”.

Ahora llevábamos sentados hablando frente a una grabadora una noche, un día entero, otra noche... Imposible calcular la hora. En ese momento la medida que tenía en la cabeza era el número de temas por los que habíamos pasado. Treinta, tal vez treinta y dos. La madeja estaba terminando y sólo faltaban unos pocos metros de “hilo” para finalizar. Lo único que sabía era que corría la madrugada del 19 y que afuera estaba lloviendo.

Hablábamos de cristianismo. 

Una de las cosas que me llevan a rechazar cualquier revolución, es el cristianismo. Yo soy católico y no quiero perder el sagrado derecho de transmitirle a mi hija, a mis descendientes, ese cristianismo, le dije a Bateman y él, después de dibujar una sonrisa entre sarcástica y de suficiencia, contestó:

Mire, somos una organización... por decir una palabra, moderna. La prueba de que el M-19 no va a prohibir eso ni muchas otras cosas, es que en nuestra organización militar hay sacerdotes de gran valor en este país. Y no le digo la jerarquía porque es mejor no adelantarse.

¿Jerarquía pueden ser obispos?

Claro. Ojalá.

Hay obispos que simpatizan con el M-19?

Sí. Yo le contesto que los hay: entre uno y diez, como dice el  “Comandante Uno”. Nosotros creemos que aquí hay sacerdotes que están comprendiendo que Colombia tiene que seguir siendo católica. Pero el problema no es que el pueblo deje de ser católico. Para nosotros el problema real es el del hambre, el de la salud, el de la educación.

Si la gente quiere seguir yendo a misa, que siga yendo a misa. Otra cosa es la situación de los curas. Si usted no conoce a los curitas de pueblo, vaya al Caquetá, vaya a los pueblos lejanos —y aun a las grandes ciudades— y mire cómo viven. Son curas que no tienen ayuda estatal absolutamente para nada. Tienen que vivir de la limosna pública y nosotros pensamos que eso no debe ser así, que el Estado debe ayudarlos porque su labor es popular. Ellos están movilizando al pueblo, concientizándolo, organizándolo. Hasta allá vamos nosotros... Por eso cuando usted vaya a educar a su hijita, nosotros le decimos: ojalá esa educación la puedan recibir todos los hijos de este país, aunque sea una educación cristiana.

Bateman hace una pausa que es aprovechada por uno de los hombres que lo acompañan para decir:

Somos una organización salida de nuestro pueblo y ese pueblo tiene una tradición católica. Nosotros hemos sido criados y formados en hogares católicos. Por eso gran cantidad de miembros, e incluso hombres de la dirección del estado mayor del  M‑19 , son católicos practicantes .

Bateman continúa engarzando frases, atando ideas.

Ahora, lo que nosotros no admitimos es que se persiga a alguien porque no es católico. Con eso no estamos de acuerdo. Es que ésta es una organización donde las ideas fluyen con una gran libertad. ¿Usted sabe que el Comandante Uno es católico? Pero no comulga. Y así hay cientos de miles de colombianos que no comulgan. Y no lo hacen no es porque no crean en Dios, sino porque les preocupa mucho que un sector de la jerarquía eclesiástica esté colaborando con la gran oligarquía. Yo creo que es una vergüenza que el patriarca de este país sea un general de la República. Y el Santísimo Papa tiene que responderle a este pueblo el por qué ese patriarca, que debe ser como un Dios para nosotros, está bendiciendo  las bayonetas que van a sacrificar al pueblo. La Iglesia Católica tiene que tener mucho cuidado —por lo menos su jerarquía—, porque el pueblo católico es el que está sufriendo

¿Qué le exigen entonces al Cardenal? ¿Que muera como el de El Salvador? ¿Que se haga matar?

No. No que se haga matar pero que sí esté con el pueblo. Es el pueblo de Cristo, no se le olvide, y Cristo siempre que salía a agitar a las masas, salía era a agitar a los pobres. A los ricos les daba latigazos. La Iglesia no puede estar comprometida con la oligarquía y en este país, por eso mismo, la inmensa mayoría de curas está con el pueblo.

¿Está seguro de eso?

Yo estoy absolutamente seguro. Los grados de comprensión son diversos, pero yo creo que la Iglesia Católica está cada día más con el pueblo. Por eso no es casual que un tipo como Camilo Torres haya surgido como una gran figura política. Y Monseñor Romero en El Salvador no era ningún político. El señor era el representante de Cristo en ese país, y lo hizo al pie de la letra y por eso lo mataron. Y usted lo sabe muy bien: a él no lo mataron por agitador político, sino por pacifista. Por traer a la tierra las ideas de Cristo.

Se ha publicado con insistencia que en el  M‑19  hay tupamaros y montoneros. ¿Qué influencia uruguaya y argentina tienen ustedes?

Ese ha sido el caballito de batalla de la derecha y de la izquierda. Unos porque consideran que la presencia de un latinoamericano en nuestro país es un acto de lesa injusticia, cosa que nosotros rechazamos de plano. Creemos que el que quiera venir a luchar a Colombia bajo los principios nuestros y bajo la disciplina nuestra tiene un puesto de batalla como lo hizo el Libertador, como lo hicieron en sus campañas venezolanos y peruanos. Aquí al lado del Libertador lucharon ingleses, franceses. Ahora uruguayos y argentinos, no creo que exista en el M‑19 la cantidad que dicen... Yo creo que en este momento hay un muchacho uruguayo. No estoy muy seguro.

¿Está en la Embajada de República Dominicana?

Yo creo que sí. Ese compañero debe estar en la Embajada. Es un compañero casi colombiano porque hace muchos años vive aquí... Pero volviendo al comienzo le digo que la izquierda nos critica que nosotros copiamos la metodología del funcionamiento de los Tupamaros, fundamentalmente. Nosotros rechazamos esa afirmación porque no es cierta. Las  condiciones del Uruguay son muy diferentes a las de Colombia y ni las prácticas ni la concepción del  M‑19  han sido las de los Tupamaros. Ellos tuvieron un desarrollo totalmente diferente y las consecuencias hasta ahora —la práctica lo demuestra—, han sido totalmente diferentes a las nuestras. Eso no significa que nosotros no estudiemos, no evaluemos la experiencia tupamara. No. La tenemos muy en cuenta y tratamos de no cometer los errores que cometieron ellos. Pero fundamentalmente yo creo que lo que prima es que la situación de los dos países es totalmente diferente. Aquí en Colombia por ejemplo existen guerrillas hace muchos años. No estamos inventando el movimiento guerrillero. No nos declaramos los portadores de la experiencia urbana guerrillera. En absoluto. Creemos que hay otros grupos que dieron los primeros pasos en el desarrollo de la guerrilla urbana

Hay problemas en El Salvador, hace poco en Nicaragua; en Guatemala las cosas no van bien y en Colombia sabemos lo que sucede en cuanto a orden público. Por eso uno piensa en lo que ha sostenido el Gobierno: que se trata de una campaña orquestada por la subversión internacional para alterar a este continente.

Bueno, eso mismo dijo el Gobierno de Guillermo León Valencia entre 1962 y 1966. En ese momento se sabe que hubo un aumento de la lucha guerrillera en América Latina y se le echó la culpa de todo a Cuba. Nosotros creemos que esto no es ninguna campaña. Es que los pueblos van aprendiendo, van avanzando. Pese a los fracasos, pese a los golpes, la gente asimila y vuelve hacia adelante... Las pérdidas que se hayan podido producir en Argentina o en Uruguay o en Chile o en Brasil no sucedieron en vano. Todos hemos ido aprendiendo de eso. Este continente se hermana y unos aprenden de otros la importancia de cada experiencia. Lo que pasa es que cuando en el sur del con­tinente comienza el descenso de la ola revolucionaria en la parte norte aparece un ascenso. Esa es la dialéctica de la lucha en América Latina. En el fracaso de Chile, por ejemplo aprendimos cosas muy importantes, como que no hay lucha de masas sin lucha militar: no puede haber armas sin masas

Le pregunté a Bateman qué hora tenía y levantó el brazo perezosamente. Miró el reloj y antes de decirme que eran las tres y media de la madrugada, comentó: “Maestro, el hombre que no sabe en qué horas vive, tampoco sabe para dónde va su vida. ¿Usted por qué no usa reloj?”

Porque no me gusta pelear contra las horas. Esa pelea termina por tensionarlo a uno.

En cambio a nosotros no. Fíjese que cualquier operativo que hagamos puede echarse a perder por una falla de uno o dos segundos. Lo de la Embajada, por ejemplo: los compañeros que planearon y ejecutaron los últimos pasos de ese operativo tenían calculado, con minutos y segundos, todo lo que se iba a hacer el 27 de febrero. Inclusive —óigame bien—, inclusive la hora de levantada de los comandos, el tiempo que tenían que gastar para bañarse, para afeitarse, para atravesar ciertas calles, para entrar al sitio. A mí nunca me ha angustiado el reloj. Es asunto de disciplina. Claro, lo que pasa es que la vida de ustedes, es diferente. Me decía uno de los comandantes del operativo que hicimos con Pacheco y con Yamid Amat, que los horarios de los periodistas que escogimos para “invitar” aquí, eran de una anarquía del carajo

¿Cómo fue ese operativo?

Hombre, a ustedes los siguieron por bastante tiempo, tratamos de establecer sus horarios de salida y entrada a la casa, de salida y entrada a la oficina, al bar, al restaurante... No le digo a dónde más seguimos a algunos, porque me van a decir morboso... Es que el hombre, definitivamente es una máquina. Mecaniza sus rutinas. Claro ustedes se salen mucho de estos moldes.

¿Quiénes estuvimos en su “operativo”?

Ya le dije de dos. No le puedo seguir contando.

¿Por qué?

Secreto de estado.

Tres horas después de haber llegado a aquella casa, alguien golpeó en la puerta de la salita. Abrió el hombre del bigote, habló algo en voz baja, llamó a Bateman, parlamentaron unos minutos y luego se rieron. Bateman volvió al asiento que ocupaba y me dijo:

Siento mucho que vaya a estar solo con nosotros. Le teníamos una sorpresa que era la compañía de Pacheco, pero se le fue de las narices al comando que lo iba a “invitar”. Parece que un semáforo fue el de la culpa.

¿Un semáforo? ¿Por qué?

Se les metió en una zona a la que ellos no debían entrar por razones de seguridad.

¿Y por qué Pacheco?

Porque Pacheco quiere a los niños y un hombre que tiene eso, es un hombre bueno, un hombre justo. Pacheco es un hombre de nuestro pueblo y nosotros lo admiramos.

Pero volviendo al tema del reloj, Bateman me explicó que había acabado la entrevista.

Por ejemplo —dijo—, usted debe salir de aquí, exactamente dentro de dos horas. Los compañeros que lo van a llevar a la ciudad saben cuánto durará el viaje, si no hay problemas por el camino. Saben cuánto hay desde aquí hasta el primer desvío, cuánto van a durar atravesándolo a una velocidad determinada; en qué lugares es posible que haya retenes móviles... Y al llegar a Bogotá ya está establecido por qué calles van a transitar. Van a ser muchas. Usted debe llegar a "EL ESPECTADOR". Lo van a dejar a un punto deter­minado y allí debe tomar un taxi y seguir para "EL ESPECTADOR".

¿Por qué allá?

Porque hay periodistas como desde la cinco de la mañana. En otros diarios llegan más tarde. Ustedes duermen mucho por lo general... Si hay alguna emergencia tiene que obedecer en forma inmediata las instrucciones de los compañeros. Haga todo, exactamente todo, como ellos se lo digan. A nosotros no nos conviene que le pase a usted absolutamente nada. Claro, esperamos que todo vaya normal a pesar de que la ciudad debe estar totalmente militarizada. Ahora vayámonos a descansar unos minutos. No se preocupe que nosotros lo despertaremos en el momento exacto.

Necesito un remate

Bueno, pero es que ya se me está secando la garganta... Pero está bien. Jalémosle al remate. ¿Por dónde lo quiere?

Nosotros, —ya lo hemos dicho hasta la saciedad—, somos demócratas nacionalistas porque creemos que esa es la línea de América Latina. Después de la revolución cubana, que conmovió los cimientos de estas sociedades porque fue la más profunda en cuanto a democracia se refiere, vino Nicaragua. Los nicaragüenses no son sino los continuadores de una lucha que lleva cincuenta años. Y nosotros, el M‑19 aquí en Colombia somos los continuadores de una gran idea gaitanista. Pensamos en un gran país donde la democracia no sean la oligarquía liberal y conservadora, sino un país donde esa democracia sea la de un pueblo liberal, conservador, comunista, socialista. Un nacionalismo sano, un nacionalismo popular, revolucionario porque nosotros pensamos que hay que revolucionar este país. Sin ningún temor.

Bateman había mencionado a Gaitán muchas veces durante la charla y algunos días después, hablando con su madre le pregunté por eso. Me dijo que sí, que él hablaba mucho de Jorge Eliécer Gaitán desde muy joven. “El Tuerto”, que fue uno de sus profesores —señaló— parece que les habló en alguna clase lo de la matanza de las bananeras y entonces él se interesó mucho por el tema. Leía mucho.

Parece que el pasado de Bateman se haya esfumado. En su casa materna me dicen que no hay fotos de su infancia, ni de la juventud. Ni cuadernos de su época de estudiante. Sin embargo la señora se quedó pensando un segundo y dijo: “un momento, por algún lado debe haber lo único que dejó Jaime hace tiempos. Es un librito. Déjeme se lo busco”.

La señora apareció diez minutos después con una edición pequeña y amarillenta de “La masacre en las bananeras.

Es el discurso de Gaitán en el parlamento colombiano el 3 de septiembre de 1930.

Mírelo bien —dijo la señora— porque hay algunas páginas con subrayados que hizo el mismo Jaime. Él leía todo lo de Gaitán.

Apenas abrí el librito lo primero que vi, encerrado entre líneas fue esto:

El Decreto número 4 del jefe civil y militar de la Provincia, Carlos Cortés Vargas...”. En tres artículos de ochenta palabras declaraba a los huelguistas cuadrilla de malhechores y facultaba al Ejército para matarlos a bala.

En las páginas 18 y 19, Bateman había subrayado esta frase del discurso de Gaitán:

“Parece que ciertos hombres y ciertas multitudes no reaccionaran ante las ofensas; ante la conculcación de sus derechos y se cree que no es el caso de temérseles porque permanecen tranquilos. Temedle a esas multitudes tranquilas que parece no reaccionaran”.

Y luego esta:

“Las grandes revoluciones han sido realizadas por las turbas que parecían más conformes con el estado ambiente...”.

Bateman me había dicho esto de la revolución:

Mire, cuando le hablen de revolución, no le tenga miedo a una cosa que es muy sencilla. Es que la oligarquía le ha enseñado a estos pueblos que la revolución es un desastre y que la revolución es una hecatombe. Pero el pueblo piensa lo contrario porque para él la revolución es una gran fiesta... Es sentir por primera vez su poder, mancillado, frustrado decenas y decenas de años. Para nosotros la revolución no es el problema de las armas, sino el problema de las masas, del pueblo. Resuelto eso, ojalá no tengamos que utilizar las armas. Para nosotros las armas no son un asunto de principios. Aún más: consideramos que utilizarlas es a veces doloroso. Somos pacíficos por principio. Porque amamos a nuestro pueblo, queremos vivir en paz, vivir bien y somos pacíficos además, porque a ningún pueblo del mundo le gusta la guerra. Al pueblo lo llevan a la guerra; lo obligan a la guerra. Somos una vanguardia revolucionaria e interpretamos el sentimiento de un pueblo y desde hace mucho rato le estamos diciendo a este Gobierno, “por Dios evítenos la guerra” y usted ve cómo hablan ellos todos los días: “no, es que éste es un país en guerra”.

Pero además creemos que hay que armarse porque no queda otro camino, pues la oligarquía nos obliga a recurrir a las armas y porque esto no lo vamos a arreglar si no nos organizamos, si no nos unimos, si no nos armamos. Gaitán fue baleado por la oligarquía colombiana porque quería la democracia, no más. Esa era la revolución que él quería, y se armó y usted sabe cuál fue la respuesta popular. Fue la indignación armada, desorganizada, pero armada. Y entró el país en una violencia que todavía dura y que no ha sido superada. La diferencia es que ya no es una violencia entre liberales y conservadores. Ya no es una violencia entre hermanos. Cada día es más claro que ésta es una violencia entre pobres y ricos; entre demócratas y anti‑demócratas. Entre torturadores y respetadores de los derechos humanos. Entre oprimidos y opresores. Entre personas que no tienen nada que perder y personas que tienen mucho que perder. Esa es la guerra planteada. Si la podemos evitar, pues vamos a hacer todo lo posible y esas proposiciones que le estamos haciendo a usted para que las transmita, son serias. Nosotros le hemos dicho a Turbay varias veces: “Retroceda en el camino represivo que lleva usted y nosotros retrocedemos, porque en política el principio no es la guerra sino la paz”. En la medida en que él impulse la represión contra el pueblo, en la medida en que el pueblo sea torturado, en la medida en que el pueblo pase más hambre, no tenga posibilidad de educarse, de mantener un buen nivel, en esa misma medida se están creando las condiciones para el desarrollo, que para esta época va a ser popular, liberadora, y nosotros vamos a estar ahí. Y usted también, con su Renault y su apartamentico.

Creo que dormimos una hora. El hombre del bigote golpeó en la puerta y “Cortalatas” abrió con una rapidez impresionante la cremallera de su talego de dormir: “¿Qué hay?”

Nos vamos compañero. Despierte al periodista. Bateman ordenó encender la luz con voz perezosa. Bostezó y abrió hasta la mitad la cremallera del suyo. Se sentó y mientras yo me ponía los zapatos y la chaqueta, se quedó mirándome con cara de burla. “Póngase teso, compadre. Temple esos nervios”, dijo, y luego estiró el brazo, se quitó el reloj y me lo alcanzó.

“Se lo regalo como recuerdo de esta entrevista. Tiene una historia bonita. Era del muchacho que murió en la Embajada. Lo había dejado en algún sitio antes de salir a la toma y los compañeros, al saber de su muerte, me lo llevaron como un trofeo”.

Afuera amanecía.


1- Jaime Báteman Cayón aparece por primera vez ante los colombianos, a través de la entrevista que concedió al periodista Germán Castro Caycedo. Eran los días finales de la toma de la Embajada de la República Dominicana por parte de la columna “Jorge Marcos Zambrano” del M-19. Nota de Darío Villamizar Herrera.

Textos tomados de: “Jaime Bateman: Profeta de la Paz” de Darío Villamizar Herrera.
Fotos tomadas de www.oigahermanohermana.org y editadas por Gente Eme.


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