Por: Carmen Lidia
Cáceres
Álvaro Fayad fue otro quijote, de los tantos que ha
parido la larga y trágica historia colombiana. Desde que tuvo memoria de su
existencia, supo que su destino era torcerle el cuello a una realidad dolosa y
miserable que regía los destinos de un país ahogado en la violencia, la
ignorancia, la exclusión, el hambre y la incertidumbre. Estudió como todos los
estudiantes de su tiempo, priorizando las materias que le gustaban, por
considerar que le ayudaban a su formación y a perfilar un donde vivir y crear
en paz, aquellas clases que abrían
caminos y conciencias. Así, dejaba de lado aquellas materias que,
percibía que estaban orientadas a moldear el prototipo del ser humano que había
de estar al servicio de una casta política dispuesta a criminalizar todo tipo
de expresión social y cultural, que pudiera atentar contra los privilegios
históricos que se habían apropiado con la ayuda de la cruz y el machete.
Conoció al cura Camilo Torres cuando se presentó a
la entrevista personal, requisito para el ingreso a la facultad de psicología de la Universidad Nacional. Con el paso del tiempo
forjaron una amistad que les permitió compartir la literatura, el cine y
debatir sobre política en general y la colombiana en especial, plantear
posiciones y analizar alternativas frente a la situación del país, encuentros
que le permitieron fortalecer sus convicciones sobre la soberanía, la
democracia, la participación y madurar sus posiciones sobre la importancia del
trabajo popular y el contacto con estas poblaciones.
Esa sería su primera visión de la Colombia
desgarrada, hecho que lo llevó a ingresar a las filas
de la juventud comunista, luego a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia y después a las filas del Movimiento 19 de Abril M-19, de cuyo grupo
rebelde fue cofundador, integrante del Comando Superior de la organización y
posteriormente Comandante General, después de Jaime Bateman e Iván Marino
Ospina.
Durante su comandancia en el M-19, Alvaro Fayad
lideró el proceso de Cese al Fuego y Diálogo Nacional, se destacó en la búsqueda
de la unidad del movimiento guerrillero; su liderazgo, su capacidad política y
su visionario espíritu de unidad, fueron definitivos en la construcción,
desarrollo y avances de la Coordinadora Nacional Guerrillera, donde fue reconocido como uno de sus fundadores y
principales gestores. Alvaro Fayad fue un dirigente revolucionario que
trascendió las fronteras del M-19.
La muerte lo sorprendió haciendo
contactos con militares activos y en retiro, ministros y personajes influyentes
de la política nacional, encuentros encaminados a la búsqueda de una
negociación para la paz.
Al momento de su muerte, Carlos Pizarro, escribió: ¨La
nación pierde a un dirigente íntegro, al revolucionario para quien la creencia
en el hombre como hombre y como universo social estaba por encima de todo¨.
Cuatro años después de su muerte, su lucha y la de todos los insurgentes de su movimiento y otros más, se concretó en la firma de los Acuerdos de Paz que dieron continuidad al proceso de paz, cuyas aspiraciones se materializaron en un nuevo ordenamiento político, la Constitución de 1991.
Como un guerrero de la vida, Álvaro Fayad fue uno
de esos seres poéticos que vienen a este mundo a dejar bien grabadas sus
huellas, no solo en sus seres queridos, compañeros, amigos, militantes, sino en
el corazón de una nación tan necesitada de Álvaros Fayads desde siempre. Le
gustaba el mar, especialmente aquella ola que lograba ubicar después de escuchar por largo tiempo el
rugido del mar y el silencio que produce el ruido de los mares eternos, esa ola
que le permitía lavar el alma, para que las utopías tuvieran un lugar donde
soñar con otra realidad para un pueblo.
Lector incansable de todas las literaturas. Amante
del teatro y hasta actor en algún momento de su vida como estudiante, de la
buena música y del buen cine. Era un hombre íntegro, amigo de sus amigos, leal,
justo, al igual que amaba a su mujer, cambiaba el pañal a sus niñas, las bañaba
y les cantaba canciones de cuna, asumía la comandancia de la organización con
la responsabilidad que su quehacer requería, siempre con la mira de una patria
grande, capaz de contener el tamaño de los sueños de todos los integrantes de
su organización y de la nación.
Compartió el proyecto democrático del M-19
concebido como el sancocho nacional, donde cabía todo el mundo: negros y
blancos, poetas y políticos, liberales y
conservadores, comunistas y ateos, todos y todas. Pero la magia de su rebeldía
no lo libró de la cárcel, de las torturas, ni de las soledades de las guerras
cuando parecen perdidas. Aquellas derrotas momentáneas fueron curtiendo el
corazón, el alma y la piel de un guerrero fiel a su destino y su vocación de
soñador insuperable para siempre. Fue ejecutado extrajudicialmente el 13 de
marzo de 1986 y desde entonces su nombre y legado es referente para la vida
política del país, y sobre todo cuando sus escritos, sus condenas al gobierno,
su defensa jurídica ante los tribunales militares en el Consejo Verbal de
Guerra contra el M-19, dejan al descubierto el gran artífice de una nación que
hoy camina junto a sus sueños.
Es pues hora de rescatar su legado, sus
enseñanzas y sus ideales. Las nuevas generaciones reclaman la verdad histórica.
Y Álvaro Fayad es una verdad histórica que brilla con luz propia en la historia
colombiana de las últimas décadas.
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Nota: Nos comentó Carmen Lidia Cáceres, su compañera, que este texto fue escrito para un homenaje al Comandante Álvaro Fayad, realizado conjuntamente con la Fundación Carlos Pizarro Leongómez en marzo de 2015, en conmemoración de los 29 años de su asesinato.
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Nota: Nos comentó Carmen Lidia Cáceres, su compañera, que este texto fue escrito para un homenaje al Comandante Álvaro Fayad, realizado conjuntamente con la Fundación Carlos Pizarro Leongómez en marzo de 2015, en conmemoración de los 29 años de su asesinato.
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