Entrevista
realizada por Alfredo Molano Bravo
El
“Flaco” ya no era flaco, pero seguía alto, altísimo. Había dejado ese aire de
muchacho de provincia en la capital, erizado de frío y fastidio. Había dejado
la vieja gabardina negra que cada día era más verdosa. Ahora tenía aspecto de
profesor en derecho penal; lo esperábamos con ese afro que le distraía la
nariz; llegó peinado hacia atrás, engominado, más narigón que nunca.
Nos
abrazó calurosamente con sus largos brazos. Se sacó de la cintura una pistola
inmensa y entregándonosla nos dijo: “¡Guarden esa joda por ahí!, algún día
habrá que dejarlas porque son incomodísimas”. Dio algunas vueltas por el cuarto
y se sentó al lado de la ventana. Enfrente, soldados de la brigada ensayaban un
desfile militar. El “Flaco” sonrió. Era el momento de comenzar a preguntarle.
“Flaco”, no te da miedo verte a media cuadra de ellos? ¿No te impresiona pensar la ironía que significa encontrarte a tan corta distancia de esos hombres que te buscan?
No,
hombre. ¿Acaso no sabes que yo soy invisible para ellos?, ¿para qué crees que
sirve la cadena mental?...
¿La cadena mental? ¿Qué es esa vaina?
Mira,
lo que pasa en el fondo es que mi mamá es gnóstica, mi mamá fue responsable de
la organización de la gnosis en Santa Marta. Y ellos hacen todos los sábados
una cadena para protegernos a nosotros, a la organización.
¿Y crees por fortuna que estará funcionando hoy?
Claro
hermano, de lo contrario no estaríamos aquí hablando y menos frente a ellos.
Te sientes, pues, protegido. Pero ¿qué es eso de la cadena mental, en serio qué es? ¿Crees realmente en ese rollo?
Pues
eso es simplemente creer que la mente tiene poder. Mira, yo creo básicamente en
mi mamá. Yo no sé si la cadena es o no eficaz. Pero a mí me ha funcionado muy
bien. No sé si porque creo en mi mamá y ella en la cadena, pero ahí hay algo
raro. Yo me siento seguro. Yo he estado en situaciones muy difíciles,
desesperadas. He estado muchas veces prácticamente preso. En otras me he dado
por muerto. Y nada, hermano, ahí sigo.
¿Ahora de grande? ¿Ahora como jefe del M‑19, o cuando eras estudiante?
No,
ahora. Por ejemplo, una vez yo llegaba en una Wartburg a un apartamento que
teníamos en el centro. De repente veo a una vecina en la acera; la miro y caigo
en cuenta de que habían allanado. Fue sólo una mirada, un rayo, e
inmediatamente volví a acelerar y seguí derecho. Me volé. Me tenían preparada
una celada de la que no hubiera salido vivo. La mirada de esa pelada me dijo
todo. Era una fuerza... inexplicable. Una fuerza que me hizo cambiar de rumbo.
En Tocaima la cosa fue más jodida. Nos volamos como pudimos, a la de Dios, nos
botamos al río de noche a una agua hedionda y negra. Al kilómetro salimos corriendo
mierda por los cuatro costados. Nos lanzamos a campo traviesa, pero de golpe
nos vimos acorralados: el Ejército venía por todos lados, por todas partes,
convergía sobre nosotros. Hicimos un acotejado y nos parapetamos. Ellos
llegaron justo a nuestro lado, los oíamos respirar, más que respirar, resollar.
Nosotros éramos cuatro, los soldados diez, veinte, cincuenta... se
arremolinaron encima de nosotros. Los oíamos: tap tap tap. Pasaban, volvían,
maldecían, y ¿qué nos protegía? Dígame, compa ¿qué era lo que nos protegía?
¿Por qué no nos veían? ¡Si estábamos de bulto!... Ellos pasaban y nosotros
invisibles. Al rato pati‑pati‑pati, los tiros. Yo no me asusté, créame hermano,
yo no me asusté. Lo digo con toda honestidad. No me asusté a pesar de saber que
estábamos más cercados que unos ratones blancos en un laboratorio. Pero yo
tenía confianza, más que confianza seguridad de que saldríamos bien librados.
Les dije a los compañeros: filémonos, despacito, como si fuéramos la misma
noche. Y salimos. Salimos a pesar de los faroles y los reflectores que nos
corrían por la espalda.
Pero también fue tu experiencia guerrillera la que te ayudaba. Tu
experiencia con las FARC. Saber ya sobre las tácticas de los campesinos en la
violencia...
Claro,
eso también juega su papel. A la gnosis hay que ayudarla, la cadena hay que
fortalecerla. Otra vez me cogieron en un carro robado. Me pararon, me
requisaron, me pusieron preso. Estaba preso... y de buenas a primeras me
soltaron sin saber por qué. ¿Y cuando lo de Lucho? A Lucho lo andaban siguiendo
hacía días, un mes o más. Nos encontramos, charlamos, nos reímos, nos
separamos. Cuando volteo la espalda lo interceptan y le preguntan: ¿quién es
ese tipo alto con quien usted estaba hablando? Hombre, es inexplicable. Si yo
estoy buscando un tipo que es el jefe de una organización y sé que es alto, yo
le echo mano aunque sea para investigarlo. Pero no, me dejan ir. Ni siquiera
tuve que apresurar el paso. ¡Inexplicable!
¿O explicable por la cadena mental?
Bueno,
yo creo un poquito de todo. Por lo menos la cadenita esa me da mucha frescura,
mucha seguridad. Sin que ello signifique que yo sea un irresponsable que ande
dando papaya.
No,
yo me cuido, me cuidan y desde luego nos cuidamos. Yo creo que hay algo ahí, yo
hablo con mi mamá continuamente. Necesito hablar con ella, me da fuerza. Entre
cosa y cosa me pierdo para hablar con ella. La organización se asusta cada
rato, pero cuando vuelvo a aparecer siguen respirando tranquilos. Hace poquito
conversé mucho con ella. Me contó que cuando salió la noticia de que me habían
matado en Tocaima dijo: “No lo han cogido, no lo cogen”. Estaba absolutamente
segura que a mí no me cogían. Cuando mataron a un tipo González, dijeron que me
habían matado; fueron donde mi mamá y le dijeron: “Señora, acaba de morir su
hijo”. Ella les contestó: “No, no es cierto, estoy absolutamente segura que
está vivo”. Le preguntaban cómo sabía, y ella dijo: “Porque está escrito”.
Pero
cómo, me dirás tú, cómo es posible que tú creas en eso, pues sí hermano, lo que
pasa es lo siguiente: a los tipos que les hacen cadena los vuelven inmortales.
Te voy a decir cómo. Si una persona es absolutamente sentida, constantemente
querida, si en ella se dan cita una cantidad de afectos fuertes, el afecto de
la mamá, de las hermanas, de la amante, de los amigos, esa cadena de afectos lo
defiende de la muerte, del peligro, lo vuelve casi inmortal. Por lo menos
impide que lo maten a uno así no más. Puede que uno se muera, pero esa cadena
de afectos absolutos impide que a uno lo maten. No que uno no se muera, contra
eso no han inventado remedio. A cada uno le llega su hora y a esa hora no se le
puede mamar gallo, pero, la cadena de afectos es una especie de inmunidad
contra el azar. Cuando a uno le toca, le toca. La cadena lo preserva a uno y lo
ayuda a no caer cuando no le toca; es la fuerza del afecto. Del amor de un poco
de gente que lo ama a uno y que uno ama. Esa es la cadena. Los hombres que no
tienen amores constantes, absolutos, inflexibles, no son amados y por tanto
están solos. Son vulnerables, mortales. Hay que amar con verraquera y hay que
despertar el amor con verraquera. Esa es una vaina clave en este paseo. Es una
vaina clave para los líderes, es una vaina que siempre olvidan. En un momento
azaroso, imprevisible, sólo la fuerza que sobre uno han puesto y que uno ha
despertado puede salvarlo. Porque el amor es la certeza de la vida. Es la
sensación de la inmortalidad.
“Flaco”, te has vuelto místico. No te conocía esa debilidad, siempre te había creído un marxista.
¿Marxista?
¡Bah! Místico o no, hermano, estoy persuadido que eso funciona. En este paseo
de la revolución, la pasión es la gran palabra, es verbo, y tú sabrás qué es
eso...
... Pero Camilo Torres era un hombre apasionado, y sin embargo...
Sí.
Apasionado, sí, un gran apasionado. Pero ¿sabes cuál era el problema? Que a
Camilo lo acompañaba una contrapasión. Siniestra. Terrible. Fabio Vásquez
deseaba que Camilo muriera y eso equivalía a matarlo en realidad. A Camilo no
lo protegieron. A mí no me dejan hacer ni siquiera una guardia, y no porque yo
sea más bonito que los compañeros. Allí hay un problema de concepción.
Pero Jaime, de verdad verdad, ¿tu actúas diariamente con esa lógica?
Aún
más, trabajo con la absoluta certeza en la eficacia de la transmisión de la
pasión. Yo no creo que se pueda hacer una revolución —nunca se ha hecho— sin
desatar los sentimientos y afectos más profundos de la gente. Creo más en la
pasión que en la ideología, o que en la teoría; es más, sólo cuando una
ideología se vuelve apasionada, sentida como su propia carne, se transforma en
fuerza real. De lo contrario las ideologías son meros divertimientos de
academia. Creo que ésta es una desgracia tremenda pero es así. Yo toda la vida
he dado cursillos, cursos de cuanta pendejada se le puede a uno ocurrir. Y los
resultados son siempre los mismos, siempre lánguidos. En cambio cuando recurro
a la pasión, la respuesta es inmediata, tangible, irrefutable.
No;
no es un problema de magia. Es un problema práctico. No es que yo esté contra
lo que se llama la capacitación ideológica, política, de la gente o de los
cuadros. No. Pero creo que en el momento actual el trabajo necesita más pasión
que razón, más agitación que formación. La gente cuando razona se vuelve
lamentablemente lenta, medrosa, pasiva, así discuta acaloradamente. ¿Acaso el
razonamiento, el cultivo de la razón, no supone como condición el sosiego?
¿No matizas?
No.
Estoy hablando pragmáticamente. Si una persona discurre lógica y
desapasionadamente sobre lo del Cantón del Norte, colige —como se diría en ese
lenguaje— que es imposible hacerlo. Porque una persona razonable nunca hubiera
intentado hacer tal cosa. A sus ojos sería un disparate, y lo era. Pero los
disparates son necesarios. Lo mismo lo de la Embajada. Si uno se sienta a
pensar en hacer una locura de ésas, nunca se para a hacerla. Se necesita mucha
locura, locura apasionada, para llevar a cabo con éxito una operación de ésas.
Porque la pasión desencadena en la gente fuerzas escondidas. Intuiciones
certeras, poderes que se hallan agazapados. Eso lo hemos probado con campesinos
analfabetos, “brutos” que llaman. Cuando en ellos se siembra la pasión les nace
el sentido del poder, se les abre el camino. Adquieren confianza en sí mismos,
valor, destreza, desparpajo, conciencia si quieres, conciencia en la
posibilidad del poder.
Muy mágico, “Flaco”, muy mágico...
Llámalo
como quieras, idealismo, por ejemplo. Estoy de acuerdo. Sobre todo porque
nosotros, la izquierda, debemos despertar al idealismo. Nos hemos negado el
idealismo que es el puro sabor de la utopía, la fuerza de la crítica. Claro que
despertar ese idealismo en nosotros mismos y en la gente, no lo puede hacer
cualquiera. Ese es el problema. Los gnósticos llaman a los tipos que tienen esa
capacidad de transmitir la pasión y despertar el ideal, “comunicadores”. Porque
al fin y al cabo se trata de un ideal. Si uno llega donde los campesinos, donde
los obreros y les dice: Compañeros, la patria está perdida, la patria está
sufriendo, etc, etc... pues la gente comienza a llorar. Hay que decir las cosas
positivamente con ganas de hacerlas: queremos comer bien, queremos vivir bien.
Eso cala, eso despierta, eso anima. En este punto sí hay una diferencia con los
gnósticos porque ellos tienen una concepción errada de la acción. Ellos tienen
una carreta complicadísima sobre el amor y el placer; dicen que el amor no se
puede echar adentro sino afuera para que el placer no se lleve la fuerza. En
eso están equivocados. Mi mamá les dijo: “Déjense de pendejadas que polvo es
polvo, esto es Macondo y no el Himalaya”. Como si dijéramos, la vieja le aplicó
al gnosticismo el desarrollo del marxismo. Sin embargo ellos están superando
eso poco a poco. Porque de todas las corrientes orientalistas, la más
reaccionaria era el gnosticismo. Había que oír las posiciones sobre Vietnam y
la era de Acuario. Pero han cambiado. A nosotros nos manda felicitaciones cada
rato el comité ejecutivo o como se llame la dirección de ellos.
Entonces los gnósticos te quieren.
Sí,
hermano, ¿por qué crees que me hacen cadena? Van a la cárcel a visitar a
nuestros presos, nos ayudan de un modo o de otro. Y no solamente los gnósticos,
también los protestantes. Las mil sectas protestantes que hay en Colombia.
Porque Colombia dejó de ser un país exclusivamente católico.
Esos
son cuentos de la Constitución del 86. A la gente hay que tratarla, hay que
oírla, hay que sentirla. La izquierda tradicional con la posición pendeja y
racionalista del marxismo, que supone que la única manera de mirar el mundo es
a través de la ciencia, se ha negado a ver la riqueza y las potencialidades de
las manifestaciones mágicas, religiosas, culturales, y de sus cambios
rapidísimos, ligerísimos. La ciencia anquilosa el mundo y anquilosa el
pensamiento. Cuando a un marxista se le aparece un brujo con barbas y cucharas,
con yerbas y sonajeros no sabe qué hacer, se caga del susto, no lo mira, no lo
respeta, porque el brujo no es científico, no es marxista... Olvida que este
país está lleno de brujos y de brujerías. La izquierda tradicional se niega a
ver la importancia que tienen las sectas, el pensamiento mágico, las manifestaciones
religiosas. Se niega a ver la pasión del pueblo. La gente de izquierda la única
posibilidad idealista que se permite es el marxismo‑leninismo y la teoría de la
plusvalía.
Parte de la crítica que le haces a la izquierda tradicional, me parece que plantea indirectamente un problema vital: el pluralismo en la revolución. Y no me refiero al pluralismo de ideologías orgánicas sino a algo más sencillo, al pluralismo de las ideas cotidianas que tiene la gente sobre uno u otro tópico, religioso, político, etc. ¿Cómo enfocas esto?
El
Estado tiene que respetar, y sobre todo garantizar la posibilidad de que puedas
organizarte como mago con otros magos, que los gnósticos puedan organizarse
como gnósticos y los protestantes como tales. Esta es la libertad religiosa,
pero fundamentalmente la verdadera democracia; el derecho a la asociación y a
la acción asociada y de todas sus expresiones: su culto, su literatura, su
liturgia, su música. A la izquierda hay que hacerle ver la riqueza y la potencialidad
que encierra la cultura del pueblo, pero no la que le atribuyen los
folcloristas, sino la cultura del pueblo, así, sencillamente. A la izquierda
hay que hacerle ver que la música popular es muy superior a la Internacional,
que por lo demás es un himno pasado de moda. Un bambuco, por ejemplo, claro, un
bambuco, un vallenato, una rumba de la Sonora, un corrido, una cueca.
Las cuecas me suenan a nostalgia de exiliado...
Usted
no puede decir eso. La música de los chilenos es una música que encierra una
historia de luchas, que habla de gestas obreras. Ahí está la Cantata de Iquique
para contarlo. Eso fue tan verraco como lo de las Bananeras.
Pero lo de las Bananeras, ustedes los costeños no lo cantan...
Lo
bailamos, que es mucho mejor. Hay que bailar, hermano, hay que bailar. Hay que
bailar y hay que cantar, y no sólo a la muerte, ni cantar sólo las derrotas.
Hay que cantar a la vida, porque si se vive en función de la muerte, uno ya
está muerto. Las personas que viven sólo de los recuerdos están muertas, el
recuerdo sin porvenir lo único que trae es tristeza, y la tristeza no genera
lucha nunca, nunca.
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“Esta
entrevista le fue hecha por Alfredo Molano y otros antiguos compañeros de Jaime
Báteman Cayón en la Universidad Nacional. En forma premonitoria, el Comandante
“Pablo” habló de su propia muerte, de sus afectos, de sus creencias y de la
magia; rompiendo conceptos y esquemas habló de la “cadena de afectos”, de su
mamá y de la pasión, especialmente de la pasión; también mostró la frescura
propia del caribeño, de la que supo contagiar a su organización”. Nota de Darío
Villamizar Herrera en “JAIME BATEMAN: Profeta de la Paz”.
“Bateman habla de su muerte”, Alfredo Molano Btavo, Revista Semana, 1° de agosto de 1983.
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